sábado, 17 de octubre de 2009

Una marcha interminable

¡Impresionante la marcha! Comenzaron a caminar a las cuatro de la tarde. A las cinco entró al zócalo el primer contingente. Eran las nueve de la noche y, bajo la penumbra, los contingentes de apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) seguía llegando a la plaza de la Constitución.

El propio mitin había concluido a las ocho y media. El himno nacional se había cantado con el puño izquierdo en alto. Miles y miles de camisetas rojas y banderas en alto seguían avanzando, y muchos otros –como Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, Dante Delgado, Clara Brugada, Flavio Sosa—rompían filas y se dispersaban a la altura de Bucareli.

Era como una enorme cola de dragón que se movía desde el Ángel de la Independencia hasta el corazón de la ciudad y ahí, en pleno zócalo, lanzaba su bocanada de fuego con enorme grito: ¡Es-mé! ¡Es-mé!

Los contingentes –a pié, a caballo, en motocicletas, marchando, corriendo, palmeando, cantando “olé-olé-olé-oleee”—eran recibido por las calles de Madero y 20 de noviembre con un “¡No-están-solos!”. E ingresaban con sus propias mantas y carteles desplegados: “No a la mutilación de Luz y fuerza. Respeto a las leyes, al Congreso y a las Instituciones”, “Calderón, eres culpable por los apagones”, “El Presidente del empleo desemplea a 40 mil”, “¡Viva Luz y Fuerza!”.

Por un lado entraban los de STUNAM, los del SUTIN, los del sindicato de la UAM, los Tranviarios, los exbraceros, los telefonistas, los mineros, los de la CNC; por otro, la Confederación Agrarista, el Movimiento Campesino Popular, Comerciantes Unidos de Oriente, el Comité de Defensa Popular del valle de México, los trabajadores del DF, militantes del partido del Trabajo, del PRD, las adelitas de AMLO, antorchistas, una brigada del EZLN, el frente Popular Francisco Villa, trabajadores de la cooperativa Pascual, del Monte de Piedad, de la banca de Desarrollo, de Ruta 100; estudiantes de la UNAM, de Chapingo, del Poli.

Vecinos de Iztapalapa, Buena Vista, Ecatepec. Albañiles, carpinteros, comerciantes alzaban su voz: “El proyecto neoliberal fascista de la oligarquía y su títere Felipe Calderón ¡NO PASARÁ! Basta ya de estar a la defensiva: tomemos el poder político en las manos”.

La descubierta entraba con una camioneta en cuyo cofre se veían pintados y esta leyenda: “El pueblo los vigila”. Los hijos de los electricistas se sumaban con banderas amarillas. El locutor en el templete ironizaba: “No es una simple marchita…” y alardeaba: “El gobierno pensó que era muy fácil acabar con 94 años de lucha”.

La marea roja inundaba el zócalo. Ya llevaban tres horas ahí. Unos entraban, otros salían. La gente gritaba: “¡Si no hay devolución/habrá revolución!”

Alcanzaban el presídium Martín Esparza, líder de los electricistas; Francisco Hernández Juárez, líder del sindicato de telefonistas; Agustín Rodríguez, secretario general del sindicato de la UNAM; Benito Bahena, líder los Tranviarios; Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra, José Narro, Jesús Martín del Campo, Jaime Cárdenas, Martín Chacón, Arturo Helvis, Gerardo Sánchez.

Benito Bahena llamaba a una huelga nacional y provocaba enorme rechifla al citar los nombres de López Dóriga y Ciro Gómez Leyva. El líder del barzón proponía “no pagar la luz hasta que se derogue el decreto”. Hernández Juárez fustigaba al gobierno que “quiere derrotar al sindicato de electricistas ofreciéndoles la zanahoria”.

Más contingentes seguían llegando. Una manta rezaba: “Se busca empleo de narcotraficante y ratero”. Otra anunciaba: “Por la luz del pueblo pondremos la Fuerza”. Más allá se leía: “Calderón: traidor de la patria. Mentiroso”, “Calderón, cuando te sientas a comer con tus hijos, ¿no piensas que las familias de los trabajadores se quedaron sin comer?”.

Desde el presídium –a unos pasos de Palacio Nacional y mirando hacia el hotel Majestic y la torre Latinoamericana—se hablaba de “este decreto maldito”, mientras el sol se ocultaba y el cielo se tornaba azul grisáceo.

Para entonces, los últimos contingentes –aquellos donde venía López Obrador—apenas si llegaban a Insurgentes pues ellos habían arrancado de la Diana Cazadora, dada la longitud de la marcha. Imposible esperar su llegada pues el movimiento en el zócalo no cesaba –los que entraban, los que salían. Muchos llevaban ya ahí más de cuatro horas.

Martín Esparza tomó entonces la palabra. El líder de los electricistas anunció que el gobierno federal había aceptado entablar un diálogo con el SME. Pidió entonces que el intermediario fuese el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.

Señaló que “nos tienen que regresar la empresa Luz y Fuerza del Centro (LyFC), el empleo, el contracto colectivo de trabajo y sobre todo la dignidad del SME”.

Acusó que si Luz y Fuerza está quebrada es por culpa de los secretarios de Estado que nombra el Presidente y no es culpa de los trabajadores. Por ello, dijo, sino pueden administrarla bien que dejen que lo hagan los trabajadores del país.

Y preguntó a los miles y miles ahí reunidos:

-¿Van a recibir la liquidación que ofrece el gobierno?

-¡Nooooooo!”-, respondió la multitud.

El himno nacional, cantado con el puño izquierdo en alto, rubricó el mitin en apoyo a los electricistas. Pero para entonces, ocho y media de la noche, los contingentes seguían llegando. A las nueve, continuaban arribando. “¡vamos a llenar el Zócalo de nuevo!”, bromeaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario