Alberto Híjar
Desde su secuestro, tortura, presentación y encarcelamiento, han pasado diez años. Ha sido tiempo suficiente para probar la alternancia de dos partidos en la presidencia de la República como servidores de una y la misma clase social reproductora del Estado cada día más alejado de la nación compleja, cada día más represivo, militarizado y destructor de toda organización por los derechos de los trabajadores del campo y la ciudad.
Jacobo Silva Nogales y Gloria Arenas Agís han aceptado el cargo de rebelión y han probado su inocencia en delitos graves para quedar originalmente castigados con años de reclusión arbitrariamente aumentados. Han sido juzgados dos veces por el mismo delito. Han escrito, lo mismo saludando a los de Atenco y al EZLN, que incursionando en la poesía o registrando el testimonio de sus vidas.
Jacobo estudia, pinta mientras lo dejan hasta producir más de 320 obras de calidad estética magistral no exenta de ironía, sarcasmo y homenaje a los héroes. A la par, ha escrito sus solicitudes de amparos que Enrique Ortega Arenas, el defensor histórico de presos políticos, no ha corregido porque son impecables en el manejo técnico de las leyes y de la descripción exacta de los actos en juicio. Las arbitrariedades de la máxima seguridad carcelaria no han sido suficientes para deshumanizarlo. Ni a Gloria en constante actividad solidaria, atenta para participar hasta donde la dejan en los movimientos populares más relevantes.
Debieron estar libres porque son un ejemplo de humanidad invencible. Pero siguan presos, Jacobo había sido trasladado a Nayarit para aumentar su aislamiento, prohibirle todo como ya había ocurrido en Almoloya. Diez años sin verse, con los semanales minutos del apresuramiento telefónico semanal, con su hija otrora asilada en Canadá. Sirve esta muestra del tiempo liberado a pesar de todo como mínimo asombro agradecido. Tlalpan, octubre de 2009.
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