En su afán por congraciarse con el patrón y defender a ese otro porro, violentamente provocador, que despacha en la Secretaría del Trabajo, Mercado exhibió una cobardía sin atenuantes. Ayuno de decencia, respondió con golpes a una manifestación pacífica de protesta. Lo hizo de la manera más baja y ruin: por la espalda
El tipejo –según la jerga delincuencial de nota roja—se escondió después bajo las faldas de sus compañeras de bancada. Vergonzosa fue la justificación que Javier Corral le dio a la agredida: es que los panistas temían por la integridad física de Lozano y creían que, por lo menos, le lanzarían algún escupitajo. En otras palabras, la política de George Bush junior sobre la necesidad de ataques preventivos como forma de defensa, permeó sin matices en el PAN.
Pocos, muy pocos, le dieron la importancia que tiene al incidente. El agresor no se sintió obligado a ofrecer disculpas por su comportamiento violento. Las feministas no levantaron la voz para condenar la agresión. La mayoría de los medios de comunicación, cómplices con uno de los suyos, callaron sin más y aplicaron la censura o, en el mejor de los casos, la autocensura. Ni siquiera los coordinadores de las fracciones parlamentarias del PT, PRD y Convergencia fijaron una posición. ¿Por qué habrían de hacerlo si en la Cámara prevalece una cultura machista que minimiza este tipo de hechos? La condena a la violencia contra las mujeres es sólo retórica, como lo es el rechazo a la discriminación y la lucha por la equidad entre géneros.
El lenguaje de descalificaciones mutuas entre panistas y priistas, muestra con toda claridad esa cultura machista: César Nava acusa al PRI de ser el responsable del aumento de impuestos y David Penchyna le responde con epítetos como el siguiente: “chamaquito cobarde, rajón e irresponsable” . Y luego lamenta que Nava no haya sabido defender “como hombre y como diputado” la Ley de Ingresos. ¿En verdad es asunto de hombría?
A Luis Enrique Mercado lo traicionó el miedo. Ese es el motor de los cobardes. Su intolerancia hizo lo demás. Ayer un colega exploraba mi reacción. Repito lo que le dije: desde luego que molesta e indigna lo ocurrido. Claro que podría golpear al rufián cuando se cruce por mi camino, pero trataré de no hacerlo, porque sería rebajarme a su nivel. También podría insultarlo diciéndole que es un hijo de puta, pero incurriría en la misma conducta machista que deploro.
Por eso me abstendré de esta conducta soez. Además, ¿qué culpa tiene la madre de Mercado de haber parido a un ser abyecto como él?
Lo dicho: vivimos tiempos de canallas. Pero también de mujeres y hombres dign@s como Laura Itzel, cuya fragilidad física es inversamente proporcional a su enorme fortaleza ética e indomable espíritu. En ella hay congruencia, integridad, valentía. De todo ello carece su agresor.
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