sábado, 3 de abril de 2010

¿Por qué hasta ahora?

Rosario Ibarra
25 de marzo de 2010

Sí, ¿por qué hasta ahora? Y habrá que agregar ¿por qué tan poco? ... Sí, es muy poco en un país lleno de dolor ante tanta injusticia, entre tanto crimen impune, en un presente lleno de atrocidades y frente a un futuro en el que no hay señal alguna de cambio para mejorar.

Y habemos muchos que podemos constatar que es muy poco y que hubo una tardanza enorme para enmendar una injusticia.

¿Por qué hasta ahora? Se pregunta el noble pueblo mexicano y piensa y dice... “bueno, sus razones tendrán y más vale tarde que nunca.”...y se alegra de que haya sido liberada una mujer indígena presa injustamente y se alegra también al enterarse de que un senador “de la bancada priísta” subió a la tribuna a defender a dos compañeras de ella que aún están en prisión... pero... piensa también en los miles de presos que llenan las cárceles del país y sabe que en muchas de esas prisiones llamadas pomposamente “centros de rehabilitación” los “internos” sufren —aparte de la pérdida de la libertad— injusticia y castigos que no aparecen en las leyes, o que si aparecen es para prohibirlos, pero que en muchos casos, suelen ser parte de su vida diaria.

Este noble y generoso pueblo mexicano, al que la mayoría de los gobernantes han maltratado desde hace muchos años y cuya inteligencia ha sido ignorada o negada por los poderosos de todos los tintes políticos, piensa y analiza y se da cuenta perfectamente de quién es cada quien de que lo menosprecian, lo engañan, roban al país y se solazan en la represión. Este pueblo tiene —como dicen— buena memoria y recuerda con tristeza y con rabia, las crueles represiones de los gobiernos priístas, que mandaron a las tropas a reprimir diversos movimientos en el pasado: médicos, maestros, a miles de ferrocarrileros en 1959, a los estudiantes en 1968 y en 1971, a pueblos y comunidades indígenas y campesinas en los años 70 en Guerrero y en Chihuahua y el 94 en Chiapas... y cómo olvidar las desapariciones forzadas de cientos de hombres y mujeres de todas las edades, que fueron secuestrados por las policías ilegales y por el Ejército, torturados en la fatídica Dirección Federal de Seguridad y encerrados en las cárceles clandestinas de todos los gobiernos priístas, entre los que estaban el Campo Militar Número Uno, la Base Naval de Icacos en Acapulco y el Campo Militar La Joya en Torreón, Coahuila.

¿Por qué —se pregunta el pueblo—, por qué los priístas de aquellos años, que no se consideraban responsables de tanta injusticia y de tantos crímenes, porque ellos —decían y dicen hoy— “nos lo ordenaron”, por qué entonces no dan a conocer lo que de seguro saben, para tratar de corregir en algo el daño y mitigar el dolor que produjeron (quienes hayan sido) a cientos de hogares en el país?

¿Por qué —se pregunta el pueblo— los que dicen que no ordenaron las desapariciones y que hoy están en el Senado de la República y han estado en la Cámara de Diputados o han sido gobernadores en los años en que se llevaban a cabo éstas, por qué no han hecho nada para que se sepa quién dio las órdenes y qué hicieron con ellos? ¿Por qué hacerse cómplices con su silencio?

En 1978, las madres y los familiares de los desaparecidos, en huelga de hambre en la catedral de México, con un fuerte apoyo de muchos sectores del pueblo, con marchas, plantones y también con la solidaridad del reclamo internacional al gobierno, logró que el entonces presidente de la República, José López Portillo, ordenara la liberación de 148 desaparecidos que estaban en el Campo Militar Número Uno y además, se logró una amnistía para presos, perseguidos y exiliados políticos.

Durante 35 años ya, hay quienes de este pueblo luchan y luchamos por la vida y la libertad de los que arrancaron de nuestros hogares y les decimos a los que no hablan, no denuncian, no luchan: hablen, señalen, luchen, digan lo que sepan; no se sientan intocables durante ningún mandato. Vean lo que hoy tiene horrorizado al pueblo entero... No permitan, no permitamos tan grandes y terribles agravios, tanta violencia oficial encubierta por una “guerra” jamás declarada por el pueblo de México, que no fue consultado para hacerla. Exijamos que el Ejército vuelva a los cuarteles como lo manda la ley y que se ponga fin a los crímenes y a la impunidad. No esperemos a que el pueblo nos pregunte indignado en el futuro: ¿Por qué hasta ahora?

Dirigente del comité ¡Eureka!

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