miércoles, 2 de diciembre de 2009

A los que ayunan

Pedro Miguel

Mónica, Judith, Tere, Isabel, Elena, Karla, Diana, Iris, Cielo, Alejandra, Evelyn, en Insurgentes y Reforma;

Luis Rolando, José, Pedro, Sergio, José Juan, en San Lázaro;

Alejandro, Carlos, Lourdes, Ricardo, y otros dos cuyos nombres no conozco, en Pachuca, Hidalgo:

Les escribo estas líneas con simpatía, con admiración, con gratitud y, sobre todo, con una enorme vergüenza.

Ustedes están en huelga de hambre para defender su fuente de trabajo, Luz y Fuerza del Centro –que es de todos los mexicanos–, su sindicato, el Mexicano de Electricistas, sus conquistas; para defender la vigencia de las leyes laborales y de los preceptos constitucionales en general; para defender el futuro, el de ustedes y el de toda la nación. Han decidido vivir estos días en la incomodidad, en el frío, en la calle, en la incertidumbre y en el temor de agresiones por parte de los gendarmes del régimen, y están poniendo en riesgo su salud y su vida.

Ustedes están pagando, de esas maneras, por la indolencia, la comodidad y la pusilanimidad de quienes permitimos que el gobierno del país cayera en manos de una banda de ladrones, logreros y criminales: esos mismos que decretaron, en función de intereses económicos y de cálculos políticos inconfesables, la desaparición de Luz y Fuerza del Centro, y fraguaron, en la oscuridad y en la inmundicia, un golpe (que pensaron definitivo) contra el Sindicato Mexicano de Electricistas; los mismos hambreadores de carrera; los mismos traficantes de carne humana: ¿cuánta es la diferencia entre los que prostituyen a niñas de 10 años y los que entregan a buena parte de la población del país, privada de derechos, de salud y de educación, a las maquiladoras extranjeras, a los peligros de la frontera, a la mendicidad, a la delincuencia en cualquiera de sus modalidades?

¿Cómo hemos podido permitirles que cometieran tanta canallada?

Ustedes decidieron no permitirlo más, ahora están pagando un precio altísimo por su decisión e impulsan a hacer algo a quienes nos oponemos a la conversión de este país, para decirlo rápido, en un centro comercial de lujo rodeado de miserables. A quienes no estamos en sus campamentos precarios nos corresponde la tarea de garantizar que el grupo podrido y cínico que desgobierna al país pague, también, un precio muy alto por esta confrontación (una más) que él mismo ha desencadenado.

A muchos nos ruboriza el punto al que han tenido que llegar ustedes en su resistencia y nos alarman los extremos en los que puede caer México si su lucha no logra corregir el impresentable designio contra LFC y el SME, botón de muestra de un rumbo que conduce al abismo a la mayoría de la población. Nos toca, entonces, la tarea de tener vergüenza, de volverla una enfermedad contagiosa, de provocar una magna epidemia que afecte a decenas de millones, que cause estragos en los estamentos saludables que pasean su indiferencia por las ciudades del país. Debemos conseguir que la infección se extienda y deje aislados a esos pocos que han probado ser sólidamente inmunes al virus –Calderones, Lozanos, Carstens y jeques empresariales que los tripulan–, los que en tiempos de crisis son capaces de anunciar, con la cara iluminada por una sonrisa de inocencia y un brillo de interés político o pecuniario en los ojos, el despido fulminante de cuarenta y tantos mil trabajadores. Tenemos, en suma, la obligación de ayudar a convertir esta lucha de ustedes en una derrota para ellos y en un triunfo para la nación.

Muchas personas a las que conozco están pendientes, con angustia pero también con esperanza, de su situación, y sé que la mayoría de la gente a la que quiero y que me aprecia está con ustedes. No se sientan solos. Les mando muchos abrazos.

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