- 16 de julio de 2009
- JOSé GIL OLMOS
MÉXICO, D.F., 15 de julio (apro).- Felipe Calderón ha extremado sus medidas de seguridad, los guardias presidenciales que vigilan la residencia oficial usan desde hoy chalecos antibalas, y en los alrededores, de manera imperceptible, soldados vestidos de civil están apostados en sitios estratégicos para evitar cualquier ataque.
La imagen que da el jefe del Ejecutivo, el jefe de las fuerzas armadas, es de temor, tiene miedo de una embestida del narcotráfico en su propia sede y con estas medidas manda un mensaje de que el enemigo lo tiene doblegado. Al menos eso es lo que muchos han interpretado.
En 1994, cuando el EZLN declaró la guerra al gobierno de Carlos Salinas de Gortari, el despliegue de tropas en Chiapas y en 17 estados donde se presumía que la guerrilla tenía bases, fue impresionante, pues lo mismo se usaron tanquetas que helicópteros, aviones de combate y autos blindados para terminar con la insurrección. Fueron doce días de combate con un saldo de cien muertos.
En 1996, con la aparición del EPR en Guerrero y Oaxaca, nuevamente, el gobierno federal hizo gala de un gran despliegue de tropas y material militar para sofocar el brote de inconformidad social de un grupo de mexicanos empobrecidos que decidieron tomar las armas al no encontrar otra manera de canalizar las demandas de un cambio en el modelo político y económico, que sólo ha generado la pobreza en más de la mitad de la población nacional.
Desde aquellos años el gobierno ha utilizado todo su armamento, así como recursos humanos y labores de inteligencia para detectar, infiltrar, aislar y combatir a estos mexicanos - muchos de ellos campesinos, indígenas y obreros empobrecidos- que decidieron tomar las armas. También para cerrar cualquier fuente de financiamiento de organizaciones nacionales y extranjeras que simpatizan, tanto con zapatistas como con eperristas.
Con la guerrilla, pues, el Estado mexicano ha utilizado toda su fuerza y la sigue aplicando en las zonas más pobres de los estados del sur, donde siguen teniendo presencia estos grupos insurrectos. Cualquier brote es reprimido con la fuerza y hasta se utilizan las viejas prácticas de la desaparición. Pero no lo han hecho así con el crimen organizado que le va ganando la guerra declarada por Calderón.
A diferencia de la guerrilla, el gobierno federal no ha combatido al crimen organizado con toda su fuerza, sino que le ha dejado intactas sus fuentes de financiamiento y el poder que tiene sobre algunas regiones del país, como es el caso de Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Chihuahua y Nuevo León.
No ha pasado un solo día desde que el PAN llegó a la Presidencia de la República en que no se registre una muerte relacionada con el crimen organizado. Hay diferentes cifras pero en lo que va del gobierno de Felipe Calderón se estima que han ocurrido entre 11 mil y 12 mil muertes vinculadas con diferentes bandas, mientras que en la administració
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