Pedro Miguel
Enfrentémoslo, pues: ahora mismo, el servicio forense de Ciudad Juárez estará entregando los cadáveres de una quincena de muchachos a otras tantas familias, y otro tanto ocurrirá en Torreón. Para la realización de autopsias, el Estado de derecho funciona de maravilla: se ha conseguido que la investigación forense funcione de manera regular, eficiente, y acaso hasta con amabilidad para los deudos. Pongámosle, además, que ahora los expedientes respectivos serán archivados y conservados con pulcritud: ¿se acuerda usted, procurador Chávez Chávez, de lo que hizo con las investigaciones en torno a las niñas y mujeres asesinadas en Juárez? El país ha progresado.
¿Y qué dirán ahora las autoridades? ¿Que probablemente las víctimas estaban metidas en algo turbio? ¿Y si, en una de esas, o en varios de los casos, o en todos, se trataba simplemente de chavos con ganas de festejar cualquier cosa? Pero aceptemos por un momento: los muertos se lo buscaron (eso han dicho de la mayor parte de los ejecutados en estos tres años) y quién les manda. Lástima. Qué pena.
Problema: si los muertos eran ajenos a cualquier delincuencia, aquí ha ocurrido un fallo mayúsculo de seguridad pública: los funcionarios municipales, estatales y federales encargados de garantizar que los habitantes del país se mantengan vivos, o al menos de procurar que no se mueran por una causa distinta a accidente o enfermedad, no hicieron su trabajo, y hoy, en vez de una treintena de organismos vivientes, tenemos otros tantos cuerpos, tratados (con pulcritud y profesionalismo, pongámosle) por los de las batas blancas. De García Luna y Chávez Chávez para abajo, esos servidores públicos les fallaron, en la madrugada del domingo, a una treintena de familias, o al doble, si contamos a los heridos. Y en el curso de los tres años últimos, les han fallado a dicecisiete mil familias, sin contar a las de los secuestrados y asaltados; sin contar a las que se han quedado, por ahora, en la zozobra permanente (que es algo parecida a la situación de los condenados a muerte, que arrastran su existencia incierta entre apelaciones y fallos adversos, entre suspensiones de última hora y pinchazos en falso): más o menos todas, en Juárez; quién sabe cuántos millones de hogares, en Michoacán, en Durango, en el noroeste, en el sureste, en el centro, en el Golfo...
¿Y si los chavos muertos eran narcos de poca monta, o burreros, o algo semejante? Entonces, señores funcionarios de seguridad pública y de procuración, ustedes no están solos. Tienen a su lado, como corresponsables, a sus colegas de Hacienda, de Economía, de Agricultura, es decir, a quienes han conducido la construcción de una economía en la que la única vía de realización personal posible e imaginable para cientos de miles de jóvenes del norte (pero también del centro, del occidente, del sur, del sureste...) es la delincuencia organizada. ¿Se acuerdan de cómo el salinato no les dejó otro camino que el de la rebelión a las comunidades indígenas de Chiapas? Eso fue hace 16 años. ¿Qué futuros, qué asideros al mundo les han ofrecido ustedes? Éstos: la migración, la mendicidad, la subsistencia desesperada en el sector informal (gran fachada del desempleo) y la criminalidad.
Sigan gastándose el dinero de todos en campañas de autoelogio; sigan aumentándonos los impuestos para financiar cosas como el viaje de Calderón a Tokio, donde fue a proferir mentiras gordas como cucarachas de tierra caliente (como si para ello tuviera que ir tan lejos y no las dijera también aquí mismo, en el jardín blindado de Los Pinos); sigan haciendo, a cámara, como que combaten no sé qué y descuartizando, en el intento, a no sé cuantos humanos y a sus derechos. Da igual, ya nadie les cree.
Enfrentémoslo, pues: en cualquier país, y bajo cualquier régimen, puede ocurrir una masacre como las que tuvieron lugar el pasado fin de semana en Juárez y en Torreón; pero si esa carnicería se repite una y otra vez (¿cuántas van ya? ¿Cinco? ¿Doce? ¿Cuarenta?), ello es indicio inequívoco de que la autoridad gubernamental ha dejado de existir. Y ese borrador de conclusión deja una estela de preguntas en el aire. Por ejemplo, señores funcionarios: ¿quiénes son ustedes en la realidad? ¿Cuáles son sus designios reales?¿A quiénes sirven?
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