martes, 17 de marzo de 2009

DOS MIL TREINTA Y OCHO MUNICIPIOS

por Miguel Ángel Granados Chapa (publicado en Reforma) Concluyó Andrés Manuel López Obrador un ejercicio insólito de política a ras de tierra: entre el 4 de enero de 2007 y el 9 de marzo de 2009, recorrió los dos mil treinta y ocho municipios donde se eligen autoridades conforme al régimen de partidos. Visitará en el último cuatrimestre del año —después de la elección federal de julio— los 418 municipios oaxaqueños que se rigen por usos y costumbres. De ese modo, habrá estado en comunicación directa con millones de ciudadanos a cuyos puntos de residencia llegó en un recorrido que comprende hasta ahora casi ciento cincuenta mil kilómetros. López Obrador protagoniza en esas condiciones el primer caso de un candidato opositor al que se niega el acceso a la Presidencia de la República y se mantiene intensamente activo. Es verdad que durante el año siguiente a la elección de julio de 1988, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas encabezó la organización del Partido de la Revolución Democrática , que culminó el 5 de mayo de 1989. Pero ni antes ni después de esa fecha esa tarea implicó un esfuerzo personal tan concentrado como el que ha desarrollado ahora López Obrador. Es que, a diferencia de Cárdenas, el candidato de la coalición Por el bien de todos denunció como fraudulento el resultado electoral, activó la Convención Nacional Democrática que lo invistió como presidente legítimo (frente a Felipe Calderón, considerado como espurio por la propia Convención) y organizó un movimiento de resistencia civil pacífica. Esta movilización se ha desarrollado a lo largo de más de dos años con diversas modalidades. Como consecuencia de su nombramiento, López Obrador organizó un gabinete con cuyos integrantes se reúne entre lunes y miércoles de cada semana, antes de iniciar los jueves sus giras municipales. En esos días capitalinos, el ex jefe de gobierno del Distrito Federal actuó durante más de un año como principal dirigente de la izquierda partidaria, mientras estuvo actuante el Frente Amplio Progresista, a cuyas vicisitudes me referiré más adelante. En esa circunstancia, López Obrador se reunía también con los legisladores de los partidos que integran el Frente, para coordinar tareas que requieren tramitación parlamentaria. De ese modo fue posible que una de las modalidades de la resistencia civil pacífica, el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, consiguiera abrir una discusión amplia de la reforma energética presentada por el presidente Calderón en abril de 2008 y que, de no mediar esa movilización, hubiera sido aprobada al vapor en aquel mismo mes, y no como al final ocurrió, en octubre siguiente. Una vez concluida la reforma, con resultados que no fueron reconocidos por el propio López Obrador no obstante que significaron una modificación sustantiva del proyecto calderoniano, la movilización se orientó a la defensa de la economía popular. En los meses recientes, a la par que concluía su recorrido por la república, han ido abriéndose en las entidades federativas y en las delegaciones del DF sedes del movimiento donde se ofrece asesoría de diversos géneros a los seguidores de López Obrador, que perseveran en acudir a los mítines que no ha dejado de organizar desde noviembre de 2006, y que muestran estar listos para responder a los llamados de su dirigente. Con el encuentro directo con la gente que lo considera presidente legítimo, una forma de acción política diferente del ejercicio de la oposición, López Obrador buscaba escapar de las limitaciones que le imponen las estructuras internas de los partidos que lo postularon a la Presidencia de la República. No parece que trate de crear su propio partido, sino de encauzar la frustración de quienes se sintieron defraudados por los órganos electorales al cabo del proceso de 2006. Desde que dirigió el PRD, ha sido claro que López Obrador prefiere encabezar un movimiento y no un partido, porque las vías de acción de aquel no se limitan a los procesos electorales sino que son más anchas y buscan satisfacer necesidades ciudadanas más inmediatas que las de contribuir a la formación de gobiernos y representación. Con todo, López Obrador no pudo prescindir por completo de actuar dentro del PRD, en el que ha militado desde su fundación. Al hacerlo entró en franco enfrentamiento con Nueva Izquierda, la corriente a la que él alentó cuando dejó a Jesús Ortega dominar la estructura partidaria en los años de su presidencia, de 1996 a 1999. Después de muchos meses de enojosos litigios, el liderazgo de López Obrador no se tradujo en control de los mandos del partido. Su candidato a dirigirlo, Alejandro Encinas, fue arrollado por el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que hizo a Ortega presidente del partido. A partir de ese momento, el aire perredista se ha enrarecido para López Obrador, que ahora encuentra una comarca más amplia para su actuación en el Partido del Trabajo y en Convergencia, que decidieron formar una coalición sin el PRD para participar en los comicios de julio próximo. En esos partidos López Obrador dispone ahora de elementos que su propio partido, el PRD, le niega o le regatea, en reciprocidad a la reticencia con que el ex candidato presidencial sobrelleva la pertenencia a su estructura. Su actual estrategia de apoyarse en el PT y Convergencia puede no ser eficaz, sobre todo si por ella disminuye el número de diputados que se manifiesten de su lado en los lances legislativos que, pese a todo, es menester llevar adelante. Veremos.

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