miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los perdones de Jacinta

Por Guadalupe Beatriz Aldaco / Dossier Politico

A Radio Bemba, Dossier Político y a todos los medios de comunicación, periodistas y ciudadanos que abogan abiertamente por la justicia en este país.

Frente a la ausencia de Estado, gobernabilidad y expectativas de cambio en relación a la clase política mexicana, una alternativa a las injusticias crecientes ha sido, desde hace tiempo, lo que algunos han llamado “litigio en los medios de comunicación”. Los medios lo son (medios), efectivamente. ¿Los extremos opuestos de las posibilidades que tienen de mediar?: 1.- Ser meras comparsas de los gobiernos (vocablo éste que, lamentablemente, lleva casi implicados los de corrupción e impunidad); 2.- Ser quienes exhiben sin reservas y exigen solución a los atropellos de la autoridad.

Estos litigios periodístico-ciudadanos no siempre, o más bien casi nunca, consiguen su propósito: contadas voces contra un aparato demasiado fuerte (todavía). Sin embargo, hay casos como el de Jacinta Francisco Marcial que, de no haber sido por las denuncias que de él hicieron algunos periodistas con base en investigaciones serias, honestas y valientes, de la presión que ejercieron en los medios de comunicación, no habría concluido con la liberación de la mujer otomí hace unos días. Además, sin la voz de estos periodistas, esfuerzos como el de las comisiones de Derechos Humanos “Fray Jacobo Daciano” y “Agustín Pro Juárez”, no hubieran tenido una adecuada difusión.

El asunto no es para vanagloriarse porque, como se ha dicho también, el proceso no está realmente concluido pues falta la reparación del daño, así como la liberación de otras dos mujeres que están en la misma situación de Jacinta: un encarcelamiento al que le queda chico el adjetivo de injusto.

Los argumentos esgrimidos por la autoridad al condenar a Jacinta, Alberta y Teresa son inverosímiles, absurdos y cínicos, por decir lo menos. La trama que montaron las autoridades para documentar el caso bien puede constituir el contenido de un chiste, de un chascarrillo, de una broma…, vamos, de una obra del teatro del absurdo (aunque de muy mala calidad). Solamente cuando se ha llegado al colmo del cinismo y la desvergüenza se puede fraguar el argumento de que estas mujeres secuestraron a tres miembros de la AFI… Sólo en un país en donde hasta lo más impensable en términos de abusos es posible, esta trama pudo haberse maquinado en serio.

No cabe duda de que en los cotos en donde se urden estas infamias, lo que predomina es un soberano desprecio a la inteligencia de los ciudadanos, el deporte del ultraje contra una sociedad cada vez más vapuleada.

Es muy doloroso escuchar a Jacinta. La entrevista que le hizo el periodista Ricardo Rocha al salir de la cárcel muestra una realidad que conduce inevitablemente a la conmoción, a las lágrimas, al coraje, a la impotencia excesiva. “Pobre, indígena y mujer” (sus tres verdaderos delitos, como lo ha dicho R. R.), las declaraciones de Jacinta revelan y sintetizan el México Profundo de siglos de injusticia, de usurpación, de intolerancia, de uso de la religión para favorecer la ignorancia, el conformismo y la resignación en aras de una justicia divina, así como el México “Superficial”, el de más acá, el de ahora, heredero y fortalecedor de los más cruentos vicios de la conquista y la colonización, encarnado en este caso en la figura de los agentes de la AFI (que ya no existe pero en su lugar está la Policía Federal Ministerial, muy acorde el nombrecito a este gobierno) y sus superiores: el México de la discriminación, de la prepotencia, del abuso, del machismo, de la misoginia, entre otras perlas.

Porque, ¿cómo podemos interpretar que los agentes hayan elegido precisamente a tres mujeres como víctimas de la infamia? Es la exhibición de la más vil cobardía, la más despreciable bajeza moral, la canallada más atroz de parte de un grupo de imbéciles con autoridad, frente a seres que concentran las más acentuadas debilidades en este país, según los despreciables criterios de los poderosos (ya se dijo: ser pobre, indígena y mujer). ¿Puede haber una explicación más vergonzosa y despreciable de esos remedos de hombre como la de que “las mujeres nos cachetearon, nos jalaron de los pelos”?

De verdad éste sí es un país, de plano, de a mentiritas, como dijo un destacado escritor mexicano.

Del lado de Jacinta, ¿qué arrojan sus declaraciones?: “Yo ni sabía que era secuestro por lo que me acusaron”, dijo. “¿Tiene usted algún rencor?”, le pregunta el periodista, y ella contesta. “No, no, yo no le tengo, porque pos solamente dios sabe por qué hace las cosas, pero yo no le tengo ningún rencor…, a lo mejor ellos cometieron un error, o pos no sé, es un error, a lo mejor en ese momento…, es que a veces no piensa uno las cosas y de repente…, dios tiene la última palabra y dios existe y…”.

Jacinta: ingenuidad, bondad, candidez, resignación, caridad, fe en el más allá, capacidad de perdonar, pero también, y de esto ella no tiene la menor culpa, expresión dolorosa de las consecuencias de siglos de asimilación de unos principios religiosos que fomentan la injusticia en esta tierra.

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