miércoles, 23 de septiembre de 2009

Explosiones en México DF o la propaganda por los hechos

Jorge Lofredo
Un conjunto de idénticas acciones contra sucursales bancarias, tiendas de ropa y concesionarias se realizaron a lo largo de este mes y fueron reivindicadas por grupos anarquistas desconocidos hasta ahora. Si en realidad son lo que dicen ser, pues todavía falta información concluyente, se trataría de un fenómeno cuya comprensión demanda romper con una mirada exclusivamente mexicana, que no cuenta con antecedentes inmediatos y que expresa razones distintas de las organizaciones clandestinas marxistas.

Acciones de similares características se vienen desarrollando desde hace tiempo ya en otros países, con particular asiduidad en Chile. Reunidos en torno a colectivos, se activan en pequeñas células. Su organización interna es una red interconectada con algún nivel de autonomía, lo que no vuelve necesaria una vinculación profunda entre uno y otros grupos, aunque entre ellos existen similitudes evidentes que en parte ponen en entredicho sus pronunciamientos referidos a esa autonomía. La utilización de un mismo modus operandi, los elementos usados en los sabotajes, la proximidad de una y otra acción y los blancos elegidos no pueden ser explicados exclusivamente por la casualidad, lo que hace referencia a la actividad de un único mismo grupo o bien se trata de grupos distintos, pero con un nivel de conexión muy pronunciado. En este sentido, es altamente probable que provengan de un mismo espacio o espacios político-sociales, organizaciones, colectivos, etc.; y, básicamente, en sus textos también existe un mismo lenguaje.

Como señalaron en diferentes ocasiones a través de sus textos (que pueden consultarse en liberaciontotal.entodaspartes.net) sus sabotajes hablan por sí mismos como expresiones de “ira” y “rabia”. No van más allá sino que en la acción está alojado su contenido: es la propaganda por los hechos. Pero sus acciones también demuestran otra cuestión, que refiere a romper el marco de la invisibilidad, produciendo el salto desde internet –espacio vital para estos grupos– hacia la actividad real. Estos son los tiempos donde, sin abandonar esa presencia virtual con la denuncia y la protesta, han decidido comenzar a poblar el espacio del hecho político concreto. La propaganda (el sabotaje) es entonces el punto culminante de estos cambios, el paso de lo virtual a lo real, de la denuncia a la acción, del anonimato a la identidad.

Según el colectivo chileno ‘Claudia López’, la estructura orgánica “horizontal” y su “radicalidad” le otorgan identidad y a la vez una diferenciación con las formas tradicionales de las organizaciones políticas de izquierda, aún cuando los sectores radicales revolucionarios han obtenido mejores resultados cuando alcanzan puntos de actuación conjunta. Aún así, “la nueva juventud radical ya no quiere jefes ni comandantes, sino ser protagonista y sujeto. El colectivo ha sido una vuelta hacia adentro, una mirada hacia la base social en la población…”. (“Nuevas formas de radicalidad juvenil en los noventa: los encapuchados”, en lahaine.org, agosto 2003.)

Quizá sea posible encontrar alguna instancia anterior de actividad política en aquellos sectores que se desprendían de las manifestaciones masivas en las cuales participaron (10 de junio, 2 de octubre, etc.) para realizar pintas, arrojar piedras contra cristales de comercios y producir pequeños enfrentamientos con las corporaciones de seguridad. Si así fuere, las manifestaciones de protesta en Guadalajara, mayo-junio de 2004, y el desenlace represivo que tuvo resultarían el parteaguas para los anarquistas mexicanos.

A renglón seguido, las acciones contra la tienda Max Mara, coordinada internacionalmente, como así también Renault y Bancomer demuestra la invalidez de condicionar el análisis a la coyuntura local y el papel fundamental que juega la red para el desarrollo de las actividades de estos grupos. Hasta las propias denominaciones adoptadas por los grupos (liberación global, liberación animal, revolución inmediata, etc.) están lo suficientemente alejadas de cualquier ámbito con referencia nacional; ésta es, antes, territorial y sin fronteras.

El efecto demostrativo de los cristalazos –que no alcanza a explicar por sí mismos el carácter revolucionario que se le pretende imprimir– sumado a lo poco o nada que se sabe en torno al origen de estos grupos, abonaron el terreno para hipótesis, conjeturas y comparaciones desproporcionadas e insostenibles a simple vista. Desde una pretendida reivindicación por parte de un grupo derechista español se le han querido comparar con ETA, como así también establecer una línea de continuidad con los responsables de los hechos ocurridos en Michoacán hace un año y hasta equipararlos con el secuestrador del avión y el tirador del metro. Como así tampoco existe alguna razón o dato duro que pueda establecer algún punto de contacto con las guerrillas marxistas.

Tampoco debe descartarse el carácter político que se pronuncian con estas explosiones. El objetivo es incendiar los cajeros bancarios, casetas telefónicas, tiendas de ropa y comida, etc. No se produce robos en ellas y cada una de ellas se acompaña con pintas. Y aunque la reivindicación es a veces confusa y en muchos casos escasa, ésta existe y es una línea de análisis e investigación que no puede descartarse. Alcanzan con ellas alguna repercusión mediática, aunque ha generado más opinión contraria que divulgación de sus objetivos a través de los medios masivos. Con ello se vuelven vulnerables a la estigmatización y su rotulación como “terroristas”.

La capital mexicana es el escenario elegido para el desarrollo de esta “guerra social”, que se presenta a sí misma como prólogo del 2010. Esta vertiente insurreccional del anarquismo todavía debe demostrar su carácter revolucionario que con la exclusiva producción de nuevos sabotajes no alcanzará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario