Luis Hernández Navarro Momento en que Carlos Salinas de Gortari recibe de Joaquín Villalobos, comandante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, de El Salvador, un arma que Fidel Castro le había entregado para su uso personal. La escena, el 7 de abril de 1993, en Los PinosFoto Fabrizio León N ueva estrella en el firmamento político nacional, Joaquín Villalobos, uno de los cinco comandantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, parece haber cambiado de profesión. Aunque formalmente se presenta con el pomposo título de Publicista porque, en lugar de analizar con seriedad un fenómeno tan complejo y controvertido como es la guerra contra las drogas, se ha dedicado, por encargo del gobierno federal que contrató sus servicios, a la divulgación de información que busca magnificar y justificar la estrategia de combate al crimen organizado de la actual administració Su escrito retoma y elabora algunas ideas que había expresado en el artículo La asociación entre Joaquín Villalobos y el gobierno de Felipe Calderón forma parte de una larga cadena de colaboraciones entre el salvadoreño y los gobiernos conservadores de América Latina. El ex comandante insurgente fue contratado por el controvertido gobierno de Álvaro Uribe Vélez para analizar el futuro del conflicto colombiano en lo que él definió como A finales de 1995, después de la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec (1992), Villalobos salió de su país tras responsabilizar a un grupo político-militar del secuestro del hijo de un empresario, sin ofrecer prueba alguna. Se fue a estudiar a Oxford, Inglaterra, con la ayuda del embajador de Chile y de José Ramón López Portillo, hijo del ex mandatario mexicano. El antiguo guerrillero se ha esmerado en denostar regularmente a los gobiernos de izquierda en América Latina, especialmente al de Hugo Chávez Frías, a quien califica de El flamante El Villalobos nunca ha hecho una autocrítica del homicidio. Reconoció que había sido Con estos antecedentes puede entenderse mejor, por qué “Doce mitos de la guerra contra elnarco” no es un ensayo que analice con profundidad las relaciones entre el narcotráfico y el Estado mexicano, sino el instrumento de propaganda de un publicista contratado para justificar el combate a las drogas de la administració El artículo muestra que su autor desconoce la historia del narcotráfico en México. Los ejemplos abundan. No hay, por ejemplo, una sola línea sobre dos hechos claves –según el analista Simón Vargas (La Jornada, 23 de septiembre de 2006)– para entender la situación actual. Una, el secuestro y muerte del detective de la agencia estadunidense antidrogas (DEA) Enrique Camarena, en 1984, que modificó radicalmente la percepción pública de que las autoridades protegen a los narcotraficantes. Y dos, en 1989, el cambio del modelo de relación entre los grandes cárteles dominantes de la droga, Cali y Medellín, y sus socios mexicanos. Hasta ese año los primeros pagaban por protección a los segundos con dinero. Sin embargo, a partir de esa fecha el pago comenzó a hacerse en mercancía, esto es, en droga. Este hecho revolucionó la dinámica de operación de los grupos de narcotraficantes mexicanos, que no tenían mucho personal en su infraestructura. La necesidad de comercializar la droga los hizo crecer. Los argumentos de Villalobos buscan ocultar lo evidente: Felipe Calderón ha hecho de la guerra contra el narcotráfico el eje de su gobierno. El combate al crimen organizado ha proporcionado a su mandato una vía de legitimación que las urnas le negaron. La militarizació Por supuesto, el narcotráfico existía antes de que Felipe Calderón llegara a Los Pinos, pero su manejo ha sido un desastre para la seguridad pública. Según Jorge Carrillo Olea (La Jornada, 12 de mayo de 2009), que algo sabe de estos asuntos, el jefe del Ejecutivo abrió una guerra sin información, sin plan y sin cálculo de consecuencias. No sabe adónde ir ni cómo ejercer el mando; no ha tenido la capacidad para controlar sus huestes. Las bases, mandos básicos y medios de las fuerzas armadas se encuentran en un estado de ánimo bajísimo y una situación moral deplorable. Tienen miedo de cumplir misiones inexplicadas y sin objetivos claros. El solitario de Palacio Joaquín Villalobos, el revolucionario renegado, el consultor de los gobiernos de derecha en América Latina, el acusado de ser el asesino de Roque Dalton, es hoy el publicista orgánico del calderonismo. Qué mal deben de estar los apoyos intelectuales locales del régimen cuando tiene que echar mano de un personaje de esa estatura moral. |
jueves, 28 de enero de 2010
Joaquín Villalobos, de asesino de Roque Dalton a intelectual del calderonismo
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