Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
El tal Salinas, que en 1995 mereció el más severo repudio de la generalidad de los mexicanos, incluidos los de su mismo partido, anda tan campante haciendo política y mostrando su real poder. Cómo es posible que el más señalado causante del mayor atentado a la economía popular
disfrute de plena impunidad. Sé que sería un iluso si esperara que la justicia institucional lo procesara en su calidad de delincuente; hay que recordar que perro no come perro. Pero lamento profundamente que la opinión pública le esté otorgando la amnistía, el perdón por el olvido; aunque debo reconocer que esa añeja entelequia, la opinión pública, ya tiene rato que perdió su razón de ser, ahora la única que priva es la “respuesta de los mercados” y esa premia a Salinas por su entreguismo. Antes, a los políticos, como a los perros, se les enseñaba y controlaba a periodicazos; ahora sólo les preocupa la opinión de las calificadoras de Wall Street, cuyos parámetros pasan por cualquier indicador, menos el que se refiere al interés del pueblo. Es así que, para beneplácito de los privilegiados de siempre, el “Chupacabras” vuelve por sus fueros como garante de sus mezquinos intereses, en pleno contubernio con el poder de los medios de comunicación, los que hoy lo incluyen como su más refulgente estrella.
Sirvan estas líneas para recordar los crímenes de lesa patria cometidos por quien hoy se pavonea como el hacedor del retorno priísta, comenzando por la debacle de la bolsa, ocurrida en octubre de 1987 a los quince días de su destape como candidato del PRI a la presidencia, evento que expropió los ahorros de la clase media, entonces todavía existente, en beneficio del selecto club de amigos que respaldó su campaña electoral y que operó para convalidar el fraude que impidió que el hijo del Tata Cárdenas regresara a Los Pinos. Nunca debió olvidarse ese fraude electoral.
Cómo olvidar aquella noche que, en cadena nacional de televisión, el Espurio I anunció el definitivo arreglo de la deuda externa y la nueva era de acceso de México al primer mundo, de la mano del “amigo de siempre” tocado con bonete de barras y estrellas, pero omitiendo mencionar el precio pagado por el referido acuerdo. El felón Santa Anna se quedó chico en su actitud traidora que cedió la mitad del territorio a los gringos, en su pro cuenta que, entonces, los Estados Unidos representaban a la república de la ilustración y que los territorios cedidos eran de escaso interés para la oligarquía central, En tanto que Salinas entregó al país entero y su condición soberana. Ahí tuvo comienzo el proceso de desmantelamiento de las instituciones nacionales que, con sangre, habíamos construido los mexicanos.
Tampoco pueden ser olvidadas la vuelta para atrás en materia agraria que, de un plumazo, echó por la borda la lucha por la tierra para los que con sus manos la trabajan. La privatización de la banca entregada al club de amigos que lo acompañó desde el quiebre de la bolsa, no sin la correspondiente tajada destinada a fortalecer el capital que, a su vez, consolidaría su poder político. La entrega de Teléfonos de México a su testaferro que, al correr de muy pocos años, se convertiría en el hombre más rico del mundo, gracias al monopolio que nunca debió ser propiedad de un particular. La apertura de la industria eléctrica en beneficio de la generación sobreprotegida por empresas transnacionales. La entrega a los particulares de los puertos y carreteras, elementos básicos de una estrategia de desarrollo que debiese atender al interés nacional, para operar bajo las premisas de la utilidad financiera privada. La cesión ante los afanes políticos del clero católico, en desdén de las lecciones de las historias universal y nacional, cuyos efectos hoy lamentamos con un clero ejerciendo su poder en beneficio de sus intereses.
La perla del sexenio. El Tratado de Libre Comercio negociado con los pantalones en los tobillos, entregando el destino del país de manera gratuita, incluso, pagando para que nos lo recibieran. Fue el tiro de gracia que acabó con la industria y el comercio nacionales, que decretó la muerte por inanición del campo mexicano y de su pesquería, con la correspondiente secuela de desempleo y miseria. Lo más grave del caso, el tratado le puso candados a la posibilidad de enmienda; hoy ya no importa quién gobierne, el gran capital internacional tiene suficientemente garantizados sus privilegios.
También con Salinas se instauró el régimen de la política del engaño. El cinismo tomó carta de naturalidad y se impuso como forma de hacer política. Para esconder las heridas del empobrecimiento provocado por la política neoliberal, se inventó el programa Solidaridad, sin más estrategia que la de repartir unas cuantas migajas entre los pobres, las suficientes para desmovilizar la protesta, pero nada más. Se instauró la filantropía como sustituto de la justicia social.
No es de gratis que sea Salinas el que encabeza todas las acciones tendientes a la cancelación del proyecto alternativo de nación, personificado por Andrés Manuel López Obrador. Es la antípoda exacta. Desde la manipulación para el frustrado desafuero, en el que Fox no fue más que un simple palafrenero, hasta la consumación del fraude electoral, la mano del innombrable movió los hilos de los títeres, sean del PRI o del PAN, sean Elba Ester o Manlio y su ahora predilecto nieto copetudo.
Ahora sí que agrego: “Que el sexenio de Salinas jamás se olvide”.
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