Hace poco más de dos años me tocó presenciar y vivir un evento que muestra varias cosas. Fue en una avenida con camellón muy ancho, en algunas partes usado como parque, por supuesto, en Iztapalapa, un poco al sur de la cárcel oriental. Se llevó a cabo una reunión con un buen número de afectados por diferentes problemas, pero en especial por la falta de agua, y porque la que llegaba, en un alto porcentaje en pipas, a menudo estaba muy sucia. En la reunión estaba el jefe de Gobierno del Distrito Federal. Algunas quejas agregaban a lo anterior que las pipas de la delegación, además de entregar agua sucia, la cobraban. Una persona entregó una botella de
llamada, por su color, agua de tamarindo, de la que ellos recibían con el nombre de agua potable.
Mientras los asistentes presentaban sus problemas y los funcionarios dialogaban con ellos, incluso el jefe de Gobierno, algunos directores atendíamos, en peculiares
–una silla para cada uno de nosotros, mesa y enfrente una fila de espera– las quejas, los planteamientos y los documentos que presentaban los afectados. Yo estaba a cargo de los problemas de alumbrado público, de basura no recolectada y de baches. Las otras tres filas eran, todas, para problemas relacionadas con el agua. Una de ellas, de la que me dí cuenta mejor porque estaba junto a la mía, era para que se devolviera lo que la gente había pagado por el agua que resultó, cuando la había, sucia. La gente entregaba su recibo y obtenía, por disposición del mencionado jefe, el dinero que pagó.
Las tres colas
eran largas. A mí sólo me tocaron seis personas, dos por cada uno de los problemas que me correspondían. Y no porque el alumbrado estuviera muy bien ni porque estuvieran calles y banquetas muy limpias, ni porque no hubiera baches. Era evidente que, ante el problema de la falta de agua, su magnitud y su falta de calidad, los otros pasaban a un segundo plano.
De ahí que no me extrañara en absoluto, al leer las noticias, la magnitud del problema actual ni las reacciones que mencionamos al principio de este escrito. De por sí existe un problema general con el agua. Se prevé que la situación empeore más. Ahora las cosas están peor que entonces. Y todavía está en la demarcación el personal de esos días. El apoyo de la delegación Iztapalapa es un elemento importante y si, como mencionaron algunos ciudadanos, en vez de apoyar con sus pipas cobraba por el agua sucia, pues eso no ayuda, sino todo lo contrario.
Todos los pronósticos, más un hecho irrefutable como es El Niño –fenómeno meteorológico que en nuestra región significa menos lluvias e incluso sequía–, apuntan a que el problema de la falta de agua en Iztapalapa, y no sólo ahí, vaya empeorando aún más.
Faltan semanas para el primero de octubre y el cambio de jefes delegacionales. De ahí que resulte urgente, no sólo por una necesidad democrática sino por la crítica situación que se vive en Iztapalapa, que la jefa delegacional de esta dependencia sea Clara Brugada y tome posesión en cuanto sea posible. Es ella quien ha tenido no sólo el apoyo de la gente, no sólo la actitud de respaldo a luchas por resolver las necesidades de los habitantes de ésa y otras áreas de la ciudad, sino la capacidad de contribuir a la solución de los problemas.
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