Realizar una huelga de hambre es una decisión extrema que corresponde a la adversidad presente, y a la que ya se pronostica, con que vivimos la mayoría de los mexicanos, no sólo los asalariados, los crecientes desempleados y sus familias, aunque la versión de los responsables del destino del país insista en que no es así.
Esta acción política detonará simpatías y aversión, pero permitirá que se abandone la indiferencia respecto a las acciones autoritarias a las que se pretende que nos acostumbremos, aunque con ellas se atente contra la vida de millones de mexicanos.
Aparece como urgente que el modelo económico que se sigue imponiendo sea modificado; así se manifiestan los interesados sociales del país y del mundo, parece impostergable que el beneficio económico y social ya no sea sólo para algunos cientos, como hasta ahora.
La huelga de hambre es una acción pública de inconformidad ante un hecho: la acción artera, mentirosa e ilegal de extinción hacia Luz y Fuerza del Centro y la campaña feroz de difamación contra los trabajadores afiliados al Sindicato Mexicano de Electricistas, desatada desde muchos medios de comunicación. Pretende también sensibilizar a los mexicanos del derecho que tenemos para exigir que el país tenga opciones reales y accesibles de vida digna y desarrollo social; no pretende tocar el corazón de los que se benefician con la política calderonista, sus compromisos y codicia no les da para ello, no obtendrían beneficio económico.
Esta determinación libre y responsable puede abonar para que en México la justicia, la democracia e incluso la paz guíen las decisiones que necesitamos, sin tener que
, como ejemplo, que nadie se interponga en el camino de una visión autoritaria y deshumanizada que ya dejó ejemplos dolorosos en la historia de la humanidad en la práctica fascista de Hitler. Creo que podemos evitarlo.
José Antonio Castro Alarcón, sociólogo
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