Sandra Russo
El balance del noveno Foro Social Mundial que culminó el domingo tiene algunas líneas claras y muchas señales de alerta. La crisis global, oportunidad inesperada para encauzar las luchas populares. La educación y la organización. El trabajo por delante.
Otro mundo es posible y ese otro mundo ya asomó la cabeza por la vulva afiebrada de este planeta que puja que sobrevivir. En ese otro mundo neonato, incubado durante décadas en las entrañas de América latina, esto es, en la oscuridad de sus masas, en la organización de sus hijos más débiles, habrá que repeler las frases hechas aunque vengan del vocabulario de la izquierda. ¿Cómo separar lo importante de lo anecdótico? ¿Cómo evitar que las recetas, los manuales, las fórmulas empañen el camino que debe abrir cada pueblo? El balance de este octavo Foro Social Mundial (FSM) tiene algunas líneas claras y muchas señales de alerta que no son en absoluto menores. Las líneas claras, esbozadas de manera coincidente por los cinco presidentes de la región que participaron y por los participantes de miles de debates y paneles, rezan que el neoliberalismo fracasó, que dejó un mundo no sólo globalizado sino también terminal. Que la crisis global es una oportunidad inesperada y fabulosa para encauzar luchas que tienen historia, identidad, pueblo y principios detrás. Que la idea de Estados nacionales invisibles y políticamente serviles fue el felpudo en el que se limpió los zapatos el capital transnacional que ya se independizó de las respectivas burguesías. Que América latina no es un mero escenario exótico donde pueden desembarcar aún bienintencionadamente ideólogos del mundo central y poderosas organizaciones no gubernamentales para reemplazar con sus propuestas el diseño de una emancipación que debe estar a cargo de sus protagonistas reales. Y que para eso, hay dos palabras que deben ser mucho más que palabras repetidas, que deben ser el punto de partida para que esta vez América latina adquiera la forma que quieran darle los latinoamericanos: educación y organización.
Este octavo FSM fue acaso el más esperanzador de todos. "Globalicemos la esperanza", se grita por ahí. La esperanza es en efecto lo que alentó a miles y miles de movimientos sociales y organizaciones comunitarias para seguir trabajando día a día y sin descanso durante una larga década de corriente en contra. Pero ahora la corriente está a favor, y el otro grito, "el pueblo unido jamás será vencido", abre el primero de los interrogantes que deja este FSM: ni nuestros pueblos ni la izquierda en general se caracterizan por la unión o por su habilidad en encontrar consensos, sino por su inquietante fascinación por los matices. Ahí está el primero de los grandes desafíos que se abren: ser capaces de subordinar algunos criterios y objetivos en pos de los grandes consensos que permitan a la región ponerse en valor en el mundo merced a sus increíbles riquezas y recursos.
De los presidentes que participaron del FSM (nunca participó ninguno y esta vez fueron cinco), Evo Morales fue el que lo dijo mejor: "Si yo estoy en la presidencia de Bolivia, es gracias a ustedes, compañeros". Lo dijo ante los movimientos sociales y no se dirigía a un movimiento particular, sino a las bases como motor y núcleo de sentido de su trabajo como presidente. El líder del MST, los Sin Tierra brasileños, Joao Pedro Stedile, opinó que sólo en Bolivia las masas ascendieron al poder, mientras en los restantes países de gobiernos progresistas la política toma otros rumbos y oscila entre satisfacer a las bases y tranquilizar a las burguesías. En este sentido, ese otro mundo posible se verá obligado a repensar la política y a sacudirse prácticas clientelistas que obstruyen la construcción de ciudadanía. Sólo hombres y mujeres convencidos de lo que defienden y en condiciones de actuar en consecuencia a sus ideas serán capaces de sostener a gobiernos que se animen a cambios estructurales. Las roscas superestructurales pertenecen al Viejo Mundo, en el que el poder no es fruto de la suma de voluntades sino de acuerdos que no siempre son confesables.
La reivindicación unánime del Estado como agente de control, supervisión, intervención y equidad también requiere pensar profundamente qué rol les cabe a las organizaciones no gubernamentales, surgidas en un tiempo en el que los Estados eran maquetas escenográficas y la sociedad civil no podía defenderse ni expresarse de otro modo. Muchas de ellas, generalmente europeas, han hecho un trabajo magnífico y han financiado programas que mejoraron la situación de millones de personas en todo el continente. Pero en este nuevo contexto es necesario revisar el papel que les cabe, ya que en este otro mundo posible los pueblos y sus gobiernos ya pueden entenderse sin intermediarios, y lo "no gubernamental", que en otro tiempo implicaba autonomía de la manía neoliberal de una generación política, hoy requiere una nueva lectura.
El mercado quebró. Ya basta de obedecer a los que fracasaron. No salvemos a los bancos, salvemos a la gente. Lo económico y lo ambiental van de la mano. Soberanía latinoamericana sobre los recursos latinoamericanos. Una moneda común. Un cambio ético. Lo colectivo por sobre lo individual. Tolerancia cero al analfabetismo. Alerta roja ante los nuevos disfraces del capital transnacional, especialmente los vinculados con los monocultivos y las semillas transgénicas. Socialismo del siglo XXI. Políticas de Estado regionales. Cooperación en áreas estratégicas. Formación de cuadros políticos y sociales como reaseguro de un proyecto democrático y popular de largo alcance. Son sólo algunas de las certezas que deja este FSM. Los hitos en un camino plagado de obstáculos. El trabajo que tenemos por delante.
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