Guillermo Almeyra
El sistema capitalista en crisis ni se derrumba ni abandona por iniciativa propia su carácter explotador de los trabajadores y depredador de los recursos humanos y naturales. Por eso, si se quiere hablar de una alternativa al sistema, ésta no puede consistir simplemente en una política de reformas parciales que mantenga intacta su esencia. Hablar de alternativa, por tanto, requiere estimar la relación de fuerzas en el campo político y de clases que pueda hacerla posible.
Ahora bien: dicha relación de fuerzas ha sufrido dos modificaciones fundamentales que están entrelazadas.
La primera es el terrible golpe sufrido con la actual crisis por la economía y el poderío capitalistas, así como por la hegemonía cultural e ideológica capitalista y la seguridad individual y colectiva de los empresarios y patrones de todo tipo. La segunda es la extensión o la profundización de las resistencias sociales en algunos de los países decisivos o, por el contrario, en algunos de los que, como Bolivia o Ecuador, son los eslabones más débiles del sistema.
La reciente gran huelga general en Francia, la explosión de rabia de la juventud griega, la voluntad de cambio que llevó al triunfo de Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, así como las victorias populares en Bolivia y Ecuador, o las huelgas en China, son las manifestaciones más importantes de esta segunda modificación.
Es indispensable, sin embargo, huir del triunfalismo que siempre es paralizante y tener en cuenta que un aumento brusco de la desocupación y de los sufrimientos de centenares de millones de personas no conduce automáticamente a la rebelión de los mismos ni a la supresión del sistema que provoca esas desgracias. Si las víctimas no comprenden quiénes son los causantes de su tragedia y creen que la misma es resultante de Dios o del destino u obedece a una causa natural, se resignarán; si creen que el causante es el otro (judío, árabe o lo que sea), optará por el racismo, el fascismo. La teoría de cuanto peor, mejor, es por tanto estúpida y desarmante: quien no es capaz de luchar contra un retroceso social, mal puede cambiar el sistema. Es fundamental también recordar que las protestas sociales masivas pueden frenar medidas antipopulares o imponer alguna reforma, pero por sí mismas, si no tienen un objetivo y un canal político claros que cuenten con el consenso de parte importante de los trabajadores, no bastan para derribar al sistema aunque lo debiliten mucho, como lo demuestra la experiencia mundial de los movimientos sociales.
Por último, es necesario entender claramente qué pasa en Estados Unidos, que sigue siendo la mayor potencia imperialista mundial. Obama es la expresión de una ola de fondo favorable a un cambio, pero no a un cambio de sistema sino dentro del mismo. Como Obama, sus electores siguen creyendo en las bondades del mercado capitalista y de la libre empresa, aunque creen en la necesidad de regular ambos. No son anticapitalistas ni mucho menos socialistas. Son nacionalistas liberales. Eso es mucho si pensamos en el fin de la ofensiva ultraconservadora y fascista que dirigía Bush, pero es muy poco para esperar un viraje importante de Estados Unidos con respecto a América Latina. Obama, por ejemplo, está en contra de los tratados de libre comercio, pero con el argumento de que quitan puestos de trabajo en Estados Unidos, y ha invitado a Lula a Washington para debilitar el Mercosur e impedir el Banco del Sur y el funcionamiento de Unisur, tratando de crear así una barrera contra lo que considera un proceso izquierdista radical (Venezuela, Bolivia, Ecuador) mediante la negociación con Brasil que, para él, es la izquierda socialdemocrática, sensata, dentro del sistema. Por esa razón, aunque hay que alegrarse por la desaparición de Bush, hay que partir de que permanecen los intereses del imperialismo estadunidense y apoyar a Obama en las medidas correctas que adopte, pero sin darle un cheque en blanco.
Si la alternativa no puede venir del agravamiento de la crisis ni la espontaneidad de los movimientos sociales ni de la iluminación divina a Obama, tampoco puede llegar de un “socialismo de Estado” (o sea, de una economía burocráticamente centralizada que practica el capitalismo de Estado) ni de la acción verticalista de los gobiernos nacionalistas distribucionistas. La acción de éstos, en efecto, es vital para combatir la sobrexplotación imperialista pero sigue manteniendo en pie la explotación capitalista. Que es lo que debe eliminar una alternativa.
Ésta, por el contrario, debe basarse en el establecimiento de las necesidades de todo tipo por las organizaciones autónomas del pueblo mismo y no sólo por especialistas o “vanguardias” autodesignadas. Debe apoyarse también en el conocimiento antiguo de las comunidades y en su democracia directa, que permite eliminar la corrupción y el burocratismo, desarrollar la creatividad, reducir los despilfarros, aprender de los errores, combatir los privilegios (como hacen en pequeño las juntas de buen gobierno zapatistas). Debe caracterizarse por privilegiar las necesidades humanas y la defensa de la naturaleza, no el lucro capitalista, el hedonismo, el consumismo sin freno. Por eso, nuevamente, alternativa quiere decir autonomía, autogestión social generalizada, democracia, que son las condiciones esenciales para cambiar la conciencia de los oprimidos y preparar así el socialismo.
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