DISCURSO CONTRA LA GUERRA Y POR LA PROSCRIPCIÓN
EN TODO EL MUNDO DE LAS ARMAS NUCLEARES
Alejandro Zenteno Chávez
El terremoto del 11 de marzo en Japón, con su consecuente tsunami y el colapso de las centrales nucleares de Fukushima refrescó en mi mente las imágenes plasmadas en una de las obras maestras del cineasta Akira Kurosawa: Los sueños. Éste es un filme que admiro por su extraordinario sentido plástico, su simbolismo, las pinturas de Van Gogh que cobran vida... Pero entre esas historias hay una que más que un sueño es una pesadilla: la explosión de las centrales nucleares japonesas. Reflexionando sobre aquella película realizada hace más de 30 años, hoy concluyo que el gran cineasta manifestó de esa forma su oposición y su activismo contra la energía atómica, y demostró que no toda la sociedad japonesa estaba ni está de acuerdo con el desarrollo de la misma. Es un sueño premonitorio de lo que ya sucedió y de lo que puede volver a suceder no sólo en Japón y Chernobyl, sino en muchas otras partes del mundo, México incluido.
La reciente polémica por el conflicto Irán-Israel ha puesto en la mesa de debates otro tema mucho más grave: el uso deliberado de la energía atómica con fines destructivos, bajo el pretexto de salvaguardar la paz mundial. Considero necesario hacer varias reflexiones sobre la coyuntura política y económica internacional.
Al término de la Segunda Guerra Mundial hubo un gran vencedor en esa lucha que dejó más de 50 millones de muertos y una cifra incalculable de mutilados y otra de víctimas con trastornos psicológicos permanentes: Ese vencedor fue el capital financiero estadounidense. Y mientras Europa, la Unión Soviética, Japón y muchos otros países quedaron devastados, Estados Unidos, que no sufrió la guerra en su territorio, se levantó con el 50% del producto mundial bruto. La reconstrucción que se daría en los países, sobre todo Alemania y Japón, con dinero yanqui, estaría condicionada por los intereses geopolíticos de la gran potencia; los contendientes vencidos se convertirían en socios, pero bajo la prohibición de desarrollar una industria militar propia. La Unión Soviética sí desarrolló su propia industria, y se desató la carrera armamentista junto con la Guerra Fría, lo que con el transcurso de las décadas y el sistema monolítico de socialismo de estado llevó a este país al colapso.
Pero mientras la Unión Soviética empleó gran parte de sus recursos en la reconstrucción de su territorio devastado por las tropas nazis y tuvo por obligación que desviar un porcentaje considerable para mantener un ejército competitivo ante la amenaza de una tercera guerra mundial, para los Estados Unidos la guerra se convirtió en un gran negocio. Y quien tiene un gran negocio siempre lo quiere ampliar. Por eso, después de la Segunda Guerra Mundial se desatarían las guerras de Corea, Vietnam y muchas otras escaramuzas bélicas en países donde peligraban los intereses yanquis o donde su política era cuestionada. En cuanto a la guerra armamentista, se alcanzaron niveles patológicos, al grado de tener la capacidad, tanto Estados Unidos como la URSS, de destruir 10, 20 o 30 veces al enemigo, cuando para destruirlo sólo se requiere una sola vez. Y ante la imposibilidad o el miedo de desatar una guerra de exterminio mutuo, el comercio y ejercicio de las armas tuvo en el llamado Tercer Mundo su campo de desarrollo. Y la guerra entre países se convirtió en guerra contra los pueblos.
En nuestro continente, Somoza, Trujillo, Pinochet, Videla y muchos otros tiranuelos desarrollaron ejércitos formidables. Pero más que para luchar contra otros ejércitos, los cuerpos militares fueron equipados y entrenados para reprimir a sus pueblos. A Fort Bragg y otros centros de entrenamiento llegaron “estudiantes becados” pero no para formarse como guerreros, con una disciplina y un código de honor, sino para graduarse como asesinos y expertos torturadores. Algunos de estos egresados se integraron en sus países a cuerpos de contrainsurgencia, como los kaibiles, en Guatemala, quienes ahora son materia prima del crimen organizado y tienen activa participación en México gracias a la mal llamada guerra contra el narcotráfico.
En resumen, la estrategia del imperio yanqui es: si estás conmigo, puedes hacer lo que quieras con tu pueblo. Si estás en contra mía, si enarbolas un proyecto nacionalista o socialista, de aprovechamiento de los recursos para tu país, entonces te invado (Santo Domingo, Martinica, Panamá), o te bloqueo (Cuba), o desestabilizo tu sistema económico y político desde dentro y desde fuera (Nicaragua). Cuando no puedo contigo, te compro petróleo (Venezuela), pero mis esbirros (prensa mercenaria y reaccionaria) se encargarán de calumniarte y desprestigiarte por todo el mundo.
En otros continentes fue lo mismo. Pero en la confluencia de Europa, Asia y África, los Estados Unidos necesitaban un policía. Egipto no lo podía ser por incompatibilidades ideológicas. Pero Israel sí, y por tanto, se creó en 1948 el estado judío, con la complacencia de los países de Europa occidental. Como en América Latina, la lógica en esa parte del mundo es la misma: Si eres mi aliado (no mi amigo: “Los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses”: Foster Dulles), puedes armarte hasta los dientes. Podrás desarrollar tu industria militar, tus armas atómicas, podrás amenazar a tus vecinos con usarlas y te podré tolerar. Pero si eres mi enemigo no admitiré siquiera que desarrolles tu industria nuclear. Y corres el peligro de ser exterminado con un “ataque nuclear limitado” en aras de “la paz, la democracia y el mundo libre”.
La discusión respecto al uso de energías alternativas en relación a la nuclear es muy vasta. Hay quien dice que ésta es segura en un 99.99%, que su rendimiento es mucho mayor y menos contaminante que el petróleo, por ejemplo. Sin embargo, ese .01 por ciento (por decir un porcentaje) es el que ha producido accidentes como los acontecidos en Europa, Estados Unidos y Japón. Las energías alternativas, como la solar, la eólica, la formada por oleaje en las costas y algunas otras, en cambio, no tienen ese .01 por ciento de riesgo y no son amenazas radioactivas para las poblaciones humanas y los ecosistemas. Además, son infinitas. Cuando menos la solar durará otros 5,000 millones de años. En Japón fue una imprudencia el establecimiento de esas centrales nucleares por el alto riesgo sismológico y volcánico.
Las armas atómicas, al contrario de la energía nuclear con fines pacíficos, no tienen punto de defensa. Los intereses de los gobiernos de Israel y los Estados Unidos no son los del mundo. Incluso los intereses de Estados Unidos no son los de la mayoría de su pueblo, que hoy en día también está protestando valientemente, sino los de una oligarquía voraz y enferma cuya hambre es la acumulación de capital. Poder y capital son las mayores drogas de esta mafia internacional capaz de exterminar pueblos enteros, de llevar el mundo al colapso ecológico o al posible estallido de una tercera guerra mundial con tal de seguir manteniendo sus privilegios y enriqueciéndose indefinidamente.
Las armas atómicas tienen que proscribirse en toda la Tierra porque bajo ningún pretexto, bajo ninguna amenaza, bajo ninguna ideología o lógica de poder se deben emplear; ni siquiera amenazar con usarlas. Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas cuando el ejército japonés estaba en declive, cuando las más grandes batallas del Pacífico ya habían sido perdidas por Japón y el país no tenía reservas para seguir sosteniendo la guerra por mucho tiempo. El 6 y el 9 de agosto de 1945, decenas de miles de personas perdieron la vida en nombre de la Paz y la Democracia, palabras falaces bajo las cuales se ocultan la Prepotencia y la Ignominia.
Hoy, después de más de medio siglo de aquellos ataques, Israel amenaza con emplear esas armas contra Irán por la simple suspicacia de estar desarrollando sus propios misiles. Y Estados Unidos, como siempre, solapa a su perro de presa. No estamos a favor de Irán, ni comulgamos con su “guerra santa” esgrimida por los fundamentalistas, pero nos oponemos rotundamente a la solución de fuerza planteada por yanquis, judíos y británicos. Es necesario denunciar, descalificar y condenar esta mecánica guerrerista. Debemos echar abajo la propaganda que estigmatiza a los enemigos del imperio para justificar intervenciones, golpes de estado, establecimiento de bases militares, bombardeos a la población civil, genocidio…
Detonación del genocidio: Así se puede calificar a las armas atómicas, un crimen de lesa humanidad que no se debe repetir en ninguna parte del mundo, sobre todo cuando los objetivos son poblaciones indefensas.
La humanidad ha llegado a una encrucijada de milenios, a un punto de desarrollo tecnológico impresionante, pero a la vez con una enorme e inadmisible distribución inequitativa de los recursos. Debemos emplear todo el conocimiento, todo el potencial científico y la tecnología más avanzada con un sentido de justicia para extirpar el hambre y la ignorancia en todos los rincones del mundo. La humanidad no podrá sobrevivir si no se destruye esa oligarquía internacional a cuyo servicio trabajan muchos gobiernos (Osama como gerente y Calderón como intendente, por sólo dar dos ejemplos) y controla el petróleo, las drogas, la industria farmacéutica, los medios de comunicación masiva y, sobre todo, el negocio de la guerra. Esto sólo será posible con la movilización de todos los pueblos del mundo. Es una tarea titánica, pero no hay alternativa. Proscribir las armas atómicas sería un gran paso en ese camino.
Queremos que nuestro sueño, como especie, no se vuelva pesadilla.
Noviembre 16 de 2011. Club de Periodistas. Filomeno Mata 8, Centro, Ciudad de México.
(...)
Contra la garra bárbara de Yanquilandia
que origina la poesía del colonialismo en los esclavos y los cipayos ensangrentados, contra
la guerra, contra la bestia imperial, yo levanto
el realismo popular constructivo, la epopeya embanderada de dolor
sirvo al pueblo en poemas y si mis cantos son amargos y acumulados de horrores ácidos y
trágic
yo doy la forma épica al pantano de sangre caliente clamando por debajo en los temarios
la caída fatal de los imperios económicos refleja en mí su panfleto de cuatrero vil, yo lo
escupo transformándolo en imprecación y en acusación poética, que emplaza las
masas en la batalla por la liberación humana, y tallando
el escarnio bestial del imperialismo
lo arrojo a la cara de la canalla explotadora, a la cara de la oligarquía mundial, a la cara de la
aristocracia feudal de la República
y de los poetas encadenados con hocico de rufianes intelectuales;
gente de fuerte envergadura, opongo la bayoneta de la insurgencia colonial a la retórica
capitalista,
el canto del macho anciano, popular y autocrítico
tanto al masturbador artepurista, como al embaucador populachista, que entretiene las
muchedumbres y frena las masas obreras,
y al anunciar la sociedad nueva, al poema enrojecido de dolor nacional, le emergen
por adentro de las rojas pólvoras, grandes guitarras dulces, y la sandía colosal de la alegría.
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