40 años de distancia
Más de un centenar o sólo 42 víctimas mortales por las órdenes impartidas desde la mañana del jueves de corpus por Echeverría Álvarez, no disminuyen el genocidio perpetrado por Los halcones...
Eduardo Ibarra Aguirre | Alainet
Hoy se cumplen cuatro décadas de la última manifestación que fue aplastada a sangre y fuego en el Distrito Federal, con “42 muertos con nombre y apellido”, al decir del protagonista Joel Ortega Juárez (La Jornada de Oriente, 8-VI-11, contraportada), y “más de un centenar de muertos y gran cantidad de heridos”, si no atenemos a Jesús Martín del Campo (La Jornada, 4-VI-11, p. 18), reivindicador de aquella expresión cívica que selló a las izquierdas sociales y políticas.
Con la acción del entonces nuevo gobierno, Luis Echeverría refrendó la decisión de persistir, como su antecesor Gustavo Díaz Ordaz, en la represión contra los estudiantes universitarios, otros núcleos sociales críticos y frente a los agrupamientos opositores como política de Estado, combinada con la propuesta coyuntural de apertura democrática, en buena medida discursiva pero con efectos de distensión política y que, además, logró dividir y hasta confrontar a los que formaban filas en las izquierdas y en los demócratas.
Más de un centenar o sólo 42 víctimas mortales por las órdenes impartidas desde la mañana del jueves de corpus por Echeverría Álvarez –tema en el que resulta insoslayable el testimonio del licenciado Enrique Herrera Bruqueta--, no disminuyen el genocidio perpetrado por Los halcones, cuerpo paramilitar encabezado por el coronel Manuel Díaz Escobar, fallecido el 11 de septiembre de 2008 y antes jefe de la Policía Metropolitana de Veracruz y Boca del Rio. Halcones que fueron adiestrados por personal formado en la estadunidense Escuela de las Américas, en tácticas de contrainsurgencia que se aplicaron contra la pacífica manifestación.
Dicho sea de paso, no acudí a la marcha porque me encontraba en Mexicali, Baja California, comisionado por la dirigencia de la Juventud Comunista, pero enseguida mi quehacer giró alrededor del movimiento que, pese a los estudiantes rematados criminal y cobardemente por Halcones en el hospital Rubén Leñero, entonces de la Cruz Verde, el terrorismo de Estado no lo paralizó porque la mayoría de los dirigentes, pese a sus públicas diferencias que llevaron hasta las manos y la difamación, supieron convertirlo en participación y exigencias.
Las demandas programáticas del 10 de junio de 1971 contemplaban: “Apoyo a Nuevo León y su reforma universitaria, reforma universitaria nacional y democratización de la enseñanza, libertad a los presos políticos, libertad sindical, unión obrero-estudiantil, contra la apertura democrática y libertad de manifestación”.
Sin duda, con la acción presidencial que lo mismo mató estudiantes que agredió a periodistas en el desempeño de su trabajo, permitió que la entonces disciplinada gran prensa rompiera con el coro uniforme que la batuta dictaba desde Los Pinos, por medio de Fausto Zapata Loredo.
Con todo, 40 años después no existe ningún responsable del crimen de Estado tras las rejas. Luis Echeverría fue exonerado y el caso se archivó por decisión de la magistrada Herlinda Velasco Villavicencio.
Dice bien Ortega Juárez en el libro 10 de junio: ¡ganamos la calle!, “A partir de esa fecha no ha vuelto a haber una matanza: eso es lo que ganamos”. Y para mejor referencia está allí la subrayadamente plural Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad que arriba a Ciudad Juárez para suscribir un pacto nacional. Justamente 40 años después de que el presidencialismo absolutista conculcó libertades elementales a sangre y muerte, pues ahora el segundo titular del Ejecutivo de la transición democrática es incapaz de frenar la escalada contra las vidas y los bienes de los mexicanos, sometidos a dos fuegos, el del crimen organizado y el de las fuerzas armadas.
Utopía 979
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