miércoles, 4 de agosto de 2010

La vida de Ignacio del Valle en el penal de máxima seguridad

La vida de Ignacio del Valle en el penal de máxima seguridad
Cuatro años en el frío
Las escenas de brutalidad y abusos de autoridades recorrieron el mundo. Don Nacho y una decena más de activistas fueron llevados a prisión
Ignacio del Valle sólo era conocido entre sus cercanos, hasta que surgió la idea de construir un nuevo aeropuerto del DF y expropiar los terrenos de San Salvador Atenco, Estado de México, para hacerlo.
Los campesinos que vivían ahí salieron a las calles machete en mano para protestar. Don Nacho fue uno de ellos. Se organizaron y ganaron. Pero en mayo de 2006 se produjo un violento enfrentamiento entre los habitantes del pueblo y la policía.

Las escenas de brutalidad y abusos de autoridades recorrieron el mundo. Don Nacho y una decena más de activistas fueron llevados a prisión. Él recibió una condena de 112 años por secuestro y otros delitos. Cuatro años después, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó su liberación inmediata por no haber pruebas de lo que se le acusó. Fueron cuatro años en el frío, tal como los relata a la revista emeequis.

Lunes 19 de julio de 2010.

Ignacio del Valle, al fin, se ha hecho un espacio para contar a este semanario sus días en el penal del Altiplano. Desde el 1 de julio, cuando los ministros de la Corte ordenaron su liberación inmediata, este hombre ha andado de aquí para allá: en entrevistas, en reuniones con los trabajadores electricistas, visitando a sus familiares y en la embajada de Venezuela, país al que su hija América pidió asilo político. Hoy, América ya está en casa también.

La familia Del Valle Medina está completa y don Nacho, hombre de paliacate y machete, puede sentarse a platicar. Lo hacemos en el enorme patio de su casa, mientras él bebe lo que llama pulque, pero es agua de jamaica.

Así recuerda en entrevista esos cuatro años en prisión:

No existe nada más vacío que la ceguera. Lo supe cuando uno de los policías me rompió la cara de una pedrada. Casi podía ver mis pómulos de tan hinchados que estaban.

Hasta ahí me acuerdo del 3 de mayo de 2006, el día que me arrestaron. Era en la tarde y estábamos en la azotea de una casona en Texcoco. Habíamos ido para apoyar a ocho camaradas nahuas a las que no dejaban vender sus flores en el mercado. Algo salió mal y Vicente Fox y Enrique Peña Nieto decidieron que era momento de rompernos la madre.

Es memorable la imagen del intrépido Ignacio del Valle con el machete alzado mientras los helicópteros sobrevolaban la bodega de gladiolas, rosas y tulipanes donde se atrincheraron 75 campesinos de San Salvador Atenco.

El operativo era digno de un país en guerra. No hacía falta estar en esa azotea para saber que nadie estaba seguro. La policía no se iba a andar con miramientos ni iba a cuidar las formas, incluso si eso significaba romper cuanta ley se les atravesara.

Cuando don Nacho colgó el celular, sintió la pedrada en pleno rostro.

Nacho del Valle es serigrafista, peluquero y carnicero. –Y también es el campesino más famoso desde Zapata.

Él se ríe y lo niega.
–Soy un luchador social –suelta con el sol pegándole en la cara terrosa y se escucha cómo a su voz le cuesta trabajo asomarse–.

Es que de tanta madriza me cuesta trabajo respirar –contará segundos más tarde, cuando diga que en estos cuatro años perdió 16 kilos–. Lo que nunca perdí, eso sí, fue la dignidad.

Y sigue contando:

–El chingadazo me aturdió. Empecé a estar rodeado de cosas vagas. Era como si no estuviera completamente dormido, pero soñara figuras sin precisión y a la vez es cuchara todo lo que pasaba. Bien raro. Ya nada parecía tener límites. Esa tarde todo sucedía como en el infinito.

Por ahí medio recuerdo cuando uno de los policías le preguntó a no sé quién: “¿Lo aviento?”, y yo me vi despedazado en la banqueta. “No”, le respondió. “Ya no podemos; aquel helicóptero es del Canal 2”. “Pinche macheterito”, alcancé a escuchar. “No creas que te vas a salvar”. Me bajaron a puro fregadazo, me taparon la cabeza con un trapo y yo pensé que iban a matarme cuando me treparon a la patrulla.

Yo iba en una especie de sueño y traía una blandura en las piernas. No sé por qué eso no se me olvida. También me acuerdo del sudor de mi frente: ardía, era como si fuese de sabor menta. ¿A dónde me llevaban? No supe. Traía perdido el sentido de la orientación. Nomás me acuerdo que me subieron y me bajaron como de tres coches. O no sé si fueron más porque me pegaron tanto que empecé a enfriarme y me desmayé.

Desperté y quise no haberlo hecho. No conocía el lugar y, pensaba, no viviría para conocerlo. Estaba en una especie de comedor y yo escuchaba un silencio de despoblado. Luego volteé y vi tirados a muchos de mis compañeros. Poco a poco fui oyendo sus quejidos. Poco a poco volví a escuchar. Todos, ensangrentados, estábamos en el penal de Santiaguito.

Un compa estaba temblando hasta de la garganta. Le dí la sudadera que traía, mojada y sanguinolenta, y creo que le dije que se calmara, que estábamos todos juntos. Lo demás se me borra. Ni siquiera me acuerdo que haya declarado al ministerio público la noche del día 3. Yo nunca firmé como Juan Ignacio porque no me llamo así.

Lo que no se me olvida es que me quitaron mi credencial, el celular y una libreta que me servía de agenda. No estoy seguro si ese mismo día me llevaron para Almoloya. Ya también le pregunté a Felipe (Álvarez, otro de los líderes de Atenco que llevaron al Altiplano) y tampoco sabe. Nomás se acuerda del espantoso perro que nos recibió. Era un pastor alemán, pero parecía un coyote. El cabrón nos ladraba en la cara. Todavía me acuerdo y siento las mordidas.

Así nos recibieron en el penal del Altiplano. Con una bestia y a patadas. Unos nos levantaban de los pelos y seguían pegándonos. “¡Hijo de tu puta madre!”.

“Ora sí: ¿no que Zapata vive?”. Era como si les pagaran por maldecir y acabar a las personas a madrazos. Por lo menos tuvieron media hora para hacernos como quisieron.

Ya de ahí nos llevaron para limpiarnos la sangre y tomarnos la fotografía oficial.

A mí me dieron un uniforme talla grande y unas chanclas del número 10. Me parecía a Tontín.

–¡Está usted en el Centro de Readaptación Número Uno y aquí las órdenes se cumplen! ¡Usted no puede dirigirle la palabra a un custodio! ¡Sólo hablará con la autoridad cuando la autoridad se dirija a usted! ¡Cualquier indisciplina será castigada! ¡Aquí usted no tiene nombre, usted es el número 1750 y así debe presentarse!
¿Entendió?
–Sí.
–¿Entendió?
–Sí, sí entendí.
–¡Conteste con respeto!
–Sí, señor.
–¡Más fuerte!
–¡Sí, señor!
–¡Desvístase! ¡Que se quite la ropa, ledigo!

Me quité los zapatos, los calcetines, el calzón y les enseñé el prepucio. Luego me pusieron a hacer sentadillas y, como no las hice bien, las repetí. De ahí me revisó un médico y todo fue muy lento. Ya no sabía qué hora era ni qué día. Era una incertidumbre total. Ya ni estaba cerca de Felipe para darnos ánimo. Luego me dijeron que iba a la estancia cinco del COC, el lugar de observación, y me llevaron a un como túnel donde un pelotón hizo fila india para madrearme.

Otra vez quedé aturdido por la golpiza. Ya respirar no era bueno porque me picaba. Yo digo que premian al custodio que hace más daño. Conmigo muchos han de haber recibido hasta aplausos porque, al otro día que me raparon y cada vez que salí a juzgados, me recibieron con calentaditas.

No sé cómo, pero acabé en la celda cinco del módulo cinco. El frío fue el que me despertó. En el Altiplano uno conoce lo que es el frío. Parece una friega de navajas. Te corta. Es un frío que no tiene madre. La chamarra que te dan no te sirve de nada. Sientes como si te hubieran metido encuerado a una montaña de hielo. Con ese frío convives siempre.

La nariz y las orejas siempre las traes congeladas. Los presos podrán irse libres, pero el frío se queda y te enferma. Nada se compara con una fiebre en Almoloya. La cabrona te hace perder la razón. Y por más que quieres calor, la cama de cemento no ayuda. Es el frío de los muertos. Yo, después de tres
meses, me acostumbre al chingado frío.

–¿Alguna vez lloró, don Nacho?

–A mí no me salen lágrimas; y no es por macho o valiente, no; yo creo que tengo un problema en los ojos; yo lloro para adentro,todo se me junta en el pecho y siento que me ahogo; y eso sí sentí muchas veces en Almoloya.

Y sigue contando sobre esa sensación deahogo en el penal:

—Ahora sé que fue hasta el 23 de mayo, 18 días después de mi arresto, cuando recibí la primera visita: mi hermana. Apenas la vi 10 minutos y fue a través de un cristal. “¿Cómo andas, Nacho?”, me preguntó. “Bien, carnala, todo bien. ¿Y los compañeros? ¿Y Trini?”. “Están bien, no te preocupes”. Los dos mentimos.

Ella no quiso decirme que los policías habían violado a las compañeras, no me dijo que mi esposa y mis hijos andaban a salto de mata, no me dijo que la poli había matado a varios compas, y yo no le dije que me sentía perdido, que no dormía, que no comía ni que una gastritis me estaba comiendo las tripas.

(Don Nacho se lleva las manos callosas a la boca del estómago y hace un gesto como si aún le quemara la acidez).

Fue como hasta después de dos meses que supe bien cómo había estado la cosa en Atenco. Bastaba acordarme y sentir coraje para que todo lo demás, las torturas y el dolor, se me olvidara. Esos cabrones habían reprimido a mi pueblo. No podía doblarme.No debía. Y me juré aguantar.

–El Mudo fue al primer reo que vi. Se llama Miguel Ángel Guzmán Loera y es el hermano de El Chapo. Lo vi en su celda. Él, desde ahí, se llevó el puño al corazón y me dijo: “¡Ánimo, hermano!”. Luego supe que por ese saludo lo castigaron: no salió una semana al patio.

Ese es el penal del Antiplano: se te castiga en lo que más te duele, no hay recurso hacia la vida. Por eso tienes que ser fuerte. “Si te doblas, entonces dile a tu gente que te vaya rezando”, llegó a decirme mi compañero de celda Jacinto Armendáriz, un judicial de Morelos acusado de asesinato y de secuestro que me dio de comer hasta que mi gente pagó para que yo pudiera hacer tienda.

Adentro, es cierto, me relacioné con muchos compañeros. Pero jamás me interesó saber por qué delito estaban. Yo les vi el lado fraterno, el ser humano que había debajo de esa piel de ladrón, asesino, secuestrador o lo que fuese.

Me acuerdo que el primer día que me sacaron al patio se acercaron muchos a saludarme. Recuerdo a Juan Carlos Montante (secuestrador) , al ex gobernador Mario Villanueva y al que se gastó el dinero en Las Vegas (Gustavo Ponce). Todos me dijeron que mi asunto era político, que iba a salir pronto; que, aun si me acusaban de algo, no iba a quedarme en Almoloya. ¿Y cuál? El juez terminó por echarme 112 años de prisión como si fuera un cabrón de la peor especie. “Usted no ha robado ni ha matado a nadie, Nachito; apele, no se deje”, llegó a decirme Andrés Caletri. A ese compa le ayudé con sus tareas de matemáticas. Le enseñé las fracciones. “Imagina que tienes un pastel para cinco amigos, ¿de a cuánto les toca?”, le decía.

“Ese no entiende, Nachito; háblele de secuestros y le agarra la onda”,cabuleaban los compas y yo les hacía caso: “Imagina que te pagaron un millón de pesos por el secuestrado y ustedes son cinco, ¿cuánto dinero le toca a cada uno?”. Y Caletri decía:

“Así está mejor, Nachito, así sí le agarro la onda”.

(Don Nacho pierde la rigidez del rostro. Este hombre de 57 años sonríe como niño. Luego vuelve a la seriedad y se quita la chamarra. Hoy el sol anda pegando fuerte.)

Todos se portaron muy bien conmigo. Por ellos sabía que Felipe estaba bien, tristón, pero bien. Ha, porque a Felipe y a Héctor (Galindo, también de los de Atenco, también preso) sólo los vi como cuatro o cinco veces en los cuatro años que estuve en la cárcel. Nos separaron. Nunca quisieron que nos acercáramos. Los vi nomás en las audiencias. Ahí nos abrazábamos.

Pero les estaba contando de mis otros compañeros en el penal. ¿Saben qué preso me llamó más la atención? Pedro Lupercio Serratos (un narco del cártel de Juárez). El compa no está en Almoloya esperando la esperanza, la está construyendo.

En la cárcel todos son abogados sin título y Pedro Lupercio logró que la Suprema Corte revise su caso, pues ya cumplió su condena.

Conocí a don Miguel Ángel Félix Gallardo (la leyenda del narco), que está muy enfermo; hablé con don Neto Fonseca (otro capo de las drogas), con Tomintat Marx (cuñado del célebre chino Zhenli Ye Gon), y con los eperristas Sergio Bautista y Jacobo Silva Nogales. Con ellos dos había más afinidad de pensamientos. Hablábamos de la situación del país, del gobierno espurio de Calderón, del neoliberalismo. Muy buenas pláticas. Ah, y también conocí a Jorge Pellegrini Poucel (un poblano que cree que matar es sólo un placer más). Él me decía que también era preso político. “¿Y eso por qué?”, llegué a preguntarle.

“Porque yo también hago huelgas aquí en el penal, y tú haces huelgas”. “No mame, camarada Pellegrini, los luchadores sociales somos otra cosa”.

–¿Cómo le hizo para sortear la cárcel?

Don Nacho ha regresado de su recámara con una carpeta donde están guardados los dibujos, con calidad de un artista nato, que hizo en prisión.

–Primero me pregunté: ¿Todavía te pueden lastimar más? No, me respondí y entonces me puse a leer, a dibujar y a levantarme a las tres de la mañana. Nomás dormía tres horas y me paraba a hacer estiramientos y respiración, era como yoga. A Almoloya llegué con gastritis, con diabetes declarada y el colesterol a la puerta del infarto; hoy ya no tengo nada. El ejercicio me curó; unos me ven y dicen: “Nacho, te ves bien jodido”; no les digo nada, pero a quien sea le apuesto una carrera de aquí de mi pueblo al DF.

–Sacar un libro en la biblioteca es un embrollo. Te dan como 20 segundos para que veas las listas y decidas cuál quieres llevarte. Ahí tienes que llegar ya con el número y ése te lo dicen los compas. Yo saqué tres veces El Quijote, dos veces El laberinto de la soledad y una sola vez los ocho tomos de la historia de México que escribió Enrique Semo. Pero sólo en tu hora de patio, o en el día, puedes leer. Si lo haces en la noche, no ves y te quedas ciego. El pinche foco que jamás apagan es una penumbra. ¿Han visto cuando cae la última luz del día? Así es tu cuarto en la oscuridad. Desde esa hora, la vida ya no corre igual. Te deprimes, piensas en tu gente, en tu vida.

Todo al mismo tiempo. El silencio asfixia. Y ay de aquel preso que lo rompa. Claro, siempre hay castigados porque debes estar parado hasta que los custodios quieran. Nada de que ya no se ve y te acuestas. Ni madre. Ellos pueden tenerte parado hasta media noche, son unas bestias.

A mí cada rato me castigaban. Cualquier pretexto les servía para golpearme. La primera vez fue en el comedor. Un colombiano no podía caminar y debía recoger su charola. Me salí de la fila y se la llevé. Los compas se me quedaron viendo con cara de “qué hiciste, cabrón”. Los guardias me pegaron.

“Nunca te salgas de la fila aunque veas que el bato se está muriendo”, me dijo un narco de Sinaloa.

–Agarré la maña de despertar a los 23 com pañeros del módulo. Lo hacía a eso de las cinco, para que no se les pasara la lista.

“Gracias, Nachito”, solían decirme y siempre había uno que me preguntaba cuál era la frase del día. Don Nacho saca un cuaderno tamaño profesional. Está atestado de una letra tan barroca que cuesta trabajo entenderla. Pasa varias hojas y llega a una donde escribió citas que sacó de los libros que ha leído desde que estudió sociología en la UNAM y hasta que cayó al penal. Las frases del día era máximas como: “Si dejamos de luchar, dejamos de vivir”, de su creación; “Los invecibles no son los que nunca pierden, sino los que pierden y se levantan”, también de su autoría; “La pluma es la lengua de la mete”, de Miguel de Cervantes Saavedra; “Un prisionero es predicador de la libertad”, de Friedich Hebbel; “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, de Martin Luther King.

Don Nacho no sólo se dedicó a copiar pensamientos ajenos. Escribió hasta siete hojas por día, cuando le permitieron tener papel. Le escribió a su mujer, Trinidad Ramírez, y le dijo que la quería. Bueno, textualmente le dijo: “Decirte que te quiero no basta, simplemente no sirve de nada porque tan sólo son palabras. Nada tengo que ofrecerte, porque nada encuentro equivalente a ti. Porque tú representas todo”.

Les escribió a sus tres hijos (Ulises, América y César). Le escribió a su pueblo y a sus compañeros de Atenco: “¡Del tamaño de nuestra sentencia, de este mismo es el miedo que nos tienen!”. Les escribió a los cubanos por el 50 aniversario de su Revolución. Le mandó saludos a Hugo Chávez y se
solidarizó con los del SME y los desplazados de La Parota.

La huelga de hambre la empezamos el 21 de octubre de 2009, pero esa idea la traíamos desde antes. Para entonces ya me llevaba bien con muchos capos de los diferentes módulos. Ellos estaban muy molestos, como nosotros, porque a la familia se le revisaba nomás para denigrarla. A los niños los obligaban a desvestirse, mostrar su ropa interior y sacudirse sus partes íntimas. A los viejos hasta les quitaban sus lentes o su bastón. A las mujeres también las desvestían, las manoseaban y cuando iban en su periodo menstrual, las obligaban a cambiarse frente a la custodia.

Muy feo, inhumano. Yo y otros les dijimos que metieran una queja a Derechos Humanos. Cuando lo hicieron, unos hicimos ruido con los medios para que se supiera de nuestra inconformidad. Sólo así logramos respeto para nuestras familias y además conseguimos que nos dieran más colores para dibujar.

Salió bien el chistecito.Lo que nunca cambió fue la comida. Siempre fue verdura agria o chilaquiles que a veces traían cucarachas. Tampoco se evitaron las revisiones. En esas suelen llegar como 15 custodios a la celda. Aparecen encapuchados y con perros. Unos revisan las paredes. Otros el foco. Otros la taza del baño. Otros tus escritos y los rompen. Eso le pasó a mi diario, si no ya se los hubiera dado para que leyeran lo que orita no recuerdo.

(Don Nacho se acordará, también, que jamás variaron los 10 minutos por teléfono).

–En el Altiplano no te dejan hablar con más de una persona, pero todos se enteran de todo. Si hasta el abogado de Pedro Lupercio iba diario porque decía que ahí se enteraba de cómo andaba el país.

Cuando a mí me avisaron que la Corte había ordenado nuestra libertad, ya todo el penal lo sabía. Los compañeros empezaron a felicitarme. Yo nomás oía que decían: “Ya te nos vas, Nachito, ¿ora quién nos va a despertar?”. “Te queremos ver con el machete, ¿eh?”. Ya luego me puse a escribir una carta.
y Ríos Galeana, el famoso asaltabancos, me cantó La Feria de las Flores y la de Mundo raro. Óscar Malherbe (el que dejó el cártel del Golfo en manos de Osiel Cárdenas) me escribió una carta. Les leo un pedazo: “Luchador icansable: hoy es un día de fiesta. Se va un hombre grande. Un hombre que nunca dejó el corazón, los valores y las convicciones. Un hombre que cumple la palabra. Gracias por tu enseñanza y tu actitud de amor a las raíces. Te deseo lo mejor para tu gente y para el México que tanto amas”.

Y ni crean que me siento un chingón. No. Se las leo para que vean que me trataron bien.

Luego llegó la noticia de que aquí, en el Estado de México, no querían retirarme unos cargos. “Lo tienen que sacar, Nachito; el Peña Nieto ya no puede cagarla más”, llegó a decirme uno de los presos pesados.

Yo, la verdad, pensé que no me iban a dejar salir, pero no tenía bronca. Ya se me había quitado la carga de los nueve compañeros que estaban presos en El Molino. Ya los habían dejado libres. Ya iban a poder a ver a su gente.

Hasta la media noche, un custodio llegó y dijo: “1750, ya se va”. ¡Imaginen lo que sentí cuando vi a Felipe en la puerta de salida! Seguro los dos nos vimos acabados, seguro quiso decirme que la había pasado mal y seguro yo quise contarle lo mismo, pero nos abrazamos y dijimos que quizá saliendo nos agarraban otra vez. No nos importó. “Chingue a su madre, compa, vamos a ver qué sale”, me dijo y salimos a agarrar nuestros machetes.

Así, en resumen, fueron mis cuatro años en el frío. ¿Cómo ven?

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