domingo, 7 de mayo de 2017

OEA: aislar y tutelar a Venezuela, Carlos Fazio I /II

OEA: aislar y tutelar a Venezuela
 
Carlos Fazio /I

El 6 de abril, durante su comparecencia ante el Comité de Servicios Militares del Senado, el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, almirante Kurt Tidd, amenazó con una intervención militar directa en Venezuela bajo la falaz doctrina de la seguridad colectiva regional de la Or­ganización de los Estados Americanos (OEA).
En la entrega de su informe de posición sobre las redes de amenazas en América Latina y el Caribe, la advertencia del máximo jefe militar del Pentágono para la región parece inscribirse en una escalada de la operación Libertad Venezuela (Venezuela Freedom), que a nivel político-ideológico cuenta con el accionar concertado del secretario general de la OEA, Luis Almagro, un bloque de gobiernos de derecha liderado por el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto −nuevo socio en las aventuras belicistas de Donald Trump−, y grandes corporaciones petroleras y de la industria del entretenimiento, como Exxon Mobil y CNN.
Articulado con la orden ejecutiva de Barack Obama que declaró a Venezuela una amenaza inusual y extraordinaria a los intereses de EU, el guión de Tidd es el mismo que diseñó su antecesor, general (r) John Kelly, actual secretario de Seguridad Nacional de la administración Trump. Fue Kelly, quien ante un comité del Senado el 12 de marzo de 2015, expuso que la primera fase de la operación Libertad Venezuela había conseguido parte de sus objetivos, al lograr generar una situación de caos y desestabilización política en territorio venezolano, combinando las guarimbas (acciones callejeras y el empleo dosificado de violencia armada que dejó medio centenar de muertos) con asesinatos selectivos, sabotajes contra instalaciones estratégicas y acciones paramilitares en la frontera colombo-venezolana.
Dos años después Tidd repite el mismo guion: la situación política y económica, y la creciente crisis humanitaria en Venezuela podrían derivar en una respuesta regional. El objetivo a corto y mediano plazos de la acción instrumentada por el Pentágono y el Departamento de Estado bajo cobertura de la OEA, es echar a andar de manera escalonada las medidas de fiscalización, injerencia coercitiva y sanción introducidas en la Carta Democrática Interamericana el 11 de septiembre de 2001, lo que podría derivar en un bloqueo y la suspensión de Venezuela como Estado parte del organismo, como fase previa para legitimar una intervención multilateral bajo el tutelaje militar de Washington por razones humanitarias.
Desde su llegada a Washington en marzo de 2015, la gestión de Luis Almagro ha logrado rescatar de las cloacas de la historia el verdadero espíritu injerencista del organismo hemisférico, aquel que en enero de 1962, cuando la conjura contra Cuba en Punta del Este, Uruguay, llevó a que la OEA fuera definida por el diplomático cubano Raúl Roa −el canciller de la dignidad− como ministerio de colonias de Estados Unidos.
En noviembre siguiente, Almagro recibió en la OEA a Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López −encarcelado en Venezuela por ser uno de los principales promotores del plan golpista La salida, que en 2014 causó 43 muertos y 900 heridos−, con lo que tácitamente se inscribía en el cronograma del Pentágono dirigido a derrocar a Nicolás Maduro. Hasta entonces Almagro había corrido con bandera de izquierdista, por haber sido el canciller del ex presidente y actual senador uruguayo José Mujica, quien lo promovió a la secretaría de la OEA.
La prueba fehaciente del viraje político de Almagro fue cuando su nombre apareció en un papel de trabajo del almirante Tidd, fechado el 25 de febrero de 2016. Diseñado por la llamada comunidad de inteligencia e inscrito en la estrategia de rollback −de dominio y vuelta atrás−, el informe afirmaba haber convenido con Almagro la aplicación de la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela, en el contexto de una guerra de espectro completo elaborada en junio de 2000 por la Dirección de Políticas y Planes Estratégicos del Ejército de Estados Unidos (ver Documento Joint Vision 2020), que es la matriz doctrinaria de todos los manuales y proyectos de guerra no convencional desarrollados hasta el presente contra el proceso bolivariano y otros países del área con gobiernos progresistas.
Según la propia descripción del almirante Tidd, la estrategia subversiva estaba siendo ejecutada por agentes encubiertos del Comando de Operaciones Especiales, la Fuerza Conjunta Bravo, con asiento en la base de Palmerola (Soto Cano), en Comayagua, Honduras, y la Fuerza de Tarea Conjunta Interagencial Sur (inteligencia), y era concebida como una operación de amplio espectro, conjunta y combinada que contemplaba una fase terminal hacia julio-agosto de 2016. Para ello, el plan requería del posicionamiento mediático de que en Venezuela existía una crisis humanitaria y una matriz de opinión que manejara a escala internacional el escenario de que el país estaba cerca del colapso y una implosión.
Sustento de las guerras asimétricas (o híbridas) y los golpes blandos o institucionales de nuestros días (como el golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil), la doctrina de espectro completo −ci­tando a Tidd− emplea recursos diplomáticos, militares, económicos, financieros, de inteligencia, jurídicos y de información (una vasta plataforma comunicacional que incluye televisión, circuitos radiales, prensa escrita, redes digitales) y echa mano de grandes corporaciones y lobbys empresariales, operadores políticos de la derecha internacional y sus intelectuales orgánicos, actores no estatales (ONG), jerarcas religiosos y agrupaciones estudiantiles.
Es en ese contexto que hay que inscribir el papel de Almagro como peón de Washington, que cobraría vuelo a partir de mayo de 2016, cuando en vísperas de la 46 Asamblea General de la OEA calificó al presidente Maduro de dictadorzuelo e intensificó sus labores de cabildeo con la finalidad de echar a andar la aplicación de la Carta Democrática contra Venezuela, como vía para imponer la tutela de Washington.
OEA: aislar y tutelar a Venezuela
Carlos Fazio /II

Tras ser exhibida la participación orgánica del se­cretario general de la Or­ganización de Estados Ame­ricanos (OEA), Luis Alma­gro, en los planes del Pentágono para desestabilizar Venezuela y aplicar la Carta Democrática Interamericana como coartada para una intervención militar humanitaria, el 10 de junio de 2016 el ex presidente y actual senador uruguayo José Mujica hizo pública una carta que le envió a su ex ministro del Exterior el 18 de noviembre del año anterior, donde le
decía que los reiterados hechos le habían demostrado que se había equivocado al apoyarlo en su candidatura a la OEA, y que frente a tus silencios sobre Haití, Guatemala y Paraguay, entiendo que sin decírmelo, me dijiste adiós.

Mujica le enfatizaba a Almagro que había que servir de puente entre todos los venezolanos: Venezuela nos necesita como albañiles, no como jueces, y le advertía que otra vía a la autodeterminación podría tener fines trágicos para la democracia real venezolana. Culminaba su misiva, señalando: Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.

Sobre ese diferendo con Pepe Mujica, Almagro ha guardado silencio. Elípticamente ha dicho que ha sido coherente y que no ha cambiado sus posiciones ni medio milímetro. Durante años militó en el Partido Nacional (o Blanco), y en 1999 se sumó al Movimiento de Participación Popular (MPP), el frente de masas de los tupamaros a la salida de la dictadura militar, donde se fue acercando a las posiciones mujiquistas. No obstante, en su ADN político Almagro nunca dejó de ser
blanco. Y tras su llegada a la OEA se ha refugiado en el nacionalismo principista, liberal, y en el respeto a las leyes para reforzar la democracia. El mismo principismo y respeto a las leyes que en enero de 1962 llevaron a los dirigentes del gubernamental Partido Nacional, Benito Nardone y Eduardo Víctor Haedo, a vender el voto de Uruguay al entonces secretario de Estado estadunidense, Dean Rusk, para expulsar a Cuba del organismo.

Entonces, como ahora, Estados Unidos sólo aceptaba la obediencia ciega de los presidentes de los países del área. Con la zanahoria de los recursos de la Alianza para el Progreso de la administración Kennedy, en la conferencia de San Rafael, en Punta del Este, tras varios meses de poner en cuarentena al gobierno de Fidel Castro, Washington logró expulsar a Cuba de la OEA con los mismos medios de persuasión que en el presente: con espionaje, amenazas, sobornos y chantajes. El voto de Haití, bajo la dictadura de Duvalier, costó 15 millones de dólares y un hospital. Y a última hora, después de reunirse con Haedo y Nardone y negociar préstamos y modalidades, mister Rusk consiguió el voto decisivo. Como señaló la prensa de entonces, el gobierno uruguayo vendió el voto del país a cambio de un puñado de dólares en un año electoral (Diario Acción, 31/1/1962).

Ya entonces, la OEA era una farsa jurídica piadosamente aceptada por algunos países y tolerada forzosamente por otros. A diferencia delpresente -cuando el presidente Enrique Peña Nieto y su canciller, Luis Videgaray, se han convertido en la punta de lanza de la administración Trump en la OEA para intervenir a Venezuela-, México, representado dignamente por Manuel Tello, fue el único país que no se sometió a los dictados de Washington y siguió manteniendo relaciones diplomáticas con Cuba ­revolucionaria.

En la actualidad, la diplomacia de guerra de Washington al servicio de las corporaciones petroleras ha logrado articular a Almagro con Peña Nieto y Videgaray, quienes han puesto a México como centro de operaciones de la contrarrevolución cubana y venezolana. En la coyuntura, la misión encomendada a Videgaray y al representante mexicano en la OEA, el protagónico Luis de Alba, ha sido desplazar la mesa de diálogo entre el gobierno de Maduro y la opositora Mesa de
Unidad Democrática (MUD), auspiciada por la Unasur y el Vaticano –y bajo la observancia de los ex presidentes de Estado y de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos-, y poner en escena lo que Estados Unidos denominó grupo de amigos, como vía para abrir una etapa de tutelaje bajo los parámetros de la OEA, conducente a legitimar una resolución no constitucional y violenta del conflicto interno venezolano, ya sea a través de la guerra financiera
o una invasión militar directa bajo disfraz humanitario.

Como dijo la secretaria de Re­laciones Exteriores venezolana, Delcy Rodríguez, recuperando una frase de Julio Cortázar, estamos en la hora de los chacales y las hienas. Los chacales van por el petróleo venezolano y las hienas por lo que sobre del festín.

Respecto a México, según señalaron Lorenzo Meyer, John Saxe-Fernández, Héctor Díaz Polanco y un grupo de intelectuales, ni siquiera el presidente Gustavo Díaz Ordaz -quien asumió la responsabilidad de la matanza de Tlatelolco en 1968- se sometió a los dictados de Washington, y hoy Peña Nieto en lugar de buscar enfrentar la construcción del muro de la ignominia, de manera servil encabeza en la OEA a un grupo de países que de manera sumisa se adhieren al golpeteo
de Donald Trump, enemigo declarado de México, contra Venezuela.

El nuevo liderazgo de México en la OEA (Michael Fitzpatrick dixit) se complementa con el papel que Trump ha dado a las fuerzas armadas mexicanas como guardián militar de su patio trasero. Bajo los bastones de mando de la general Lori Robinson y del almirante Kurt Tidd, jefes del los comandos Norte y Sur del Pentágono, respectivamente, este lunes los secretarios de Defensa y de Marina, Salvador Cienfuegos y Francisco Soberón, serán anfitriones en Cozumel de la quinta Conferencia de Seguridad en Centroamérica (sic), con lo que se amplía y consolida el trabajo sucio y servil de México en función de los objetivos geopolíticos de Estados Unidos.



-- 
Coordinadora mexicana de solidaridad con Venezuela

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