jueves, 27 de junio de 2013

SINFONÍA DE LA SANGRE


 La casa de LA cultura  san rafael
 Les hace una cordial invitación
a la presentación del libro

SINFONÍA DE LA SANGRE

de Alejandro Zenteno


Jueves 27 de junio de 2013
a las 19 horas

Comentarios:
Estuardo H. Rendón y Miguel Tonhatiu

Lectura en voz del autor
y de Arturo Guzmán Romano

Participación musical del maestro
Celso Camacho

Maestro de ceremonias:
Arturo Guzmán Romano

Rosas Moreno 110, Col. San Rafael
(Metro San Cosme- metrobús Tabacalera)

Entrada libre

* * * * *

FRAGMENTO DE SINFONÍA DE LA SANGRE: 

II. Voces de acero templado 


Al borde de una hoguera se forjaron
los primeros cantores, las raíces
profundas de mis venas. De la rosa
de fuego se elevaron los sonoros
bajeles de la flota imaginaria,
surcando entre los mares de una lengua
incipiente. De allí se remontaron
a las constelaciones del futuro
persiguiendo cometas y gaviotas,
espíritus y nubes. Por el viento
navegaron aedos y rapsodas
cantando la epopeya germinal
de los milenios, pronunciando luz
en cada verso, piedra incandescente
en cada copla, sobre cada yunque
donde se fraguan voces y cuchillas.

   La piedra canta, gime y grita; mira
con sus espejos de obsidiana, late
desde su corazón de lava fría
que reclama la muerte en sacrificio.
La piedra es el mensaje de la historia
que emerge de los siglos, descubierta
con el tornado que penetra al ojo
de la inmortalidad, desenterrando
ciudades demolidas por ejércitos
y terremotos, esqueletos grises
de civilizaciones aplastadas
por dioses y volcanes, o tragadas
con la bocaza enorme del océano.

   El tornado es la voz de la culebra
que despierta, silbido endemoniado
que gira y se desplaza por el aire.
La culebra es el alma que se integra
al huracán y mueve el firmamento,
como un trapiche enorme donde crujen
las vértebras del mundo, reactivando
los enmohecidos ejes planetarios.

   Por la vorágine penetro absorto
a la garganta de la guerra, héroes
y víctimas crepitan sobre el fuego
mientras del fondo se levanta un coro
que me subyuga: son las voces graves
de los poetas que forjaron versos
con el mismo metal de las espadas.
Son las voces que forman un estruendo
que rueda por debajo y por encima
de la tierra, golpeando la coraza
del continente y el escudo azul
del firmamento; son oleajes y ondas
que transmiten su voz entre los siglos
e irrumpen con el mar y el terremoto.

   Aquí se forjan los rotundos versos
de primigenias epopeyas, canto
que resucita a Gilgamesh y al Cid,
a Krisna y Odiseo; canto y sueño
de los pueblos que nacen a la historia
cuando el poeta escribe su destino.

   Tirteo, Kalidasa y Temilotzin,
Calino, Ercilla, Whitman y Virgilio,
Miguel Hernández, Holderling y Viau,
y los enormes Pablos de Temuco
y Licantén… despiertan de la tierra
y reúnen sus voces en un coro
de gigantes. Lumumba y Mayakovsky,
Ho Chi Minh, Nicolás Guillén y Ritsos
hermanan continentes a través
del agua y de los vientos. Víctor Hugo
y Solón estremecen el follaje
de un bosque sempiterno, despertando
la marimba guardada en cada tronco
de un abeto dormido. Garcilaso
también retorna con su espada verde
con la que hilvana heridas y palabras
y proclama el triunfal endecasílabo
en el idioma fresco de Manrique.

   No son éstas las voces de poetas
melosos que deambulan solitarios
en el bosque ficticio de sus musas,
luciendo cornamentas como liras
y un ramito de versos perfumados;
no son los lloriqueos de las aves
del Paraíso en las celebraciones
de la Corte, cantando con el arpa
frivolidades y amoríos vanos;
no son las lenguas que le sacan lustre
a las pezuñas negras de las vacas
sagradas, adornando su lisonja
con trinos y metáforas; tampoco
la canción de gusanos que suspiran
por ascender a mariposas, pálidos
cuando la vida les demanda cuentas
y las encrucijadas los obligan
a caminar junto al abismo, sobre
las brasas de los hechos que desnudan
el acento del hombre, la palabra
que se somete al fuego de los actos.

   Este es el diapasón de los cantores
que enfrentaron la suerte más adversa
tejiendo sus poemas y su vida
con hilos de tendones y de músculos.
Cantores que asumieron la palabra
como espejo del alma, combatiendo
en las filas candentes de la gloria;
tal vez equivocados o engañados,
tal vez cumpliendo su papel de peones
en el tablero de un monarca infame,
pero guerreros con la estirpe en alto.
Cantores que perduran en mi voz
cuando recibo el eco de la tierra,
cantores que levantan el espíritu
frente a los nubarrones del presagio
y aguardan la embestida de las furias
trinchera adentro de su pecho oscuro.

   A ellos los invoco en esta noche
cuando desciendo a las profundidades
del sueño colectivo, desdoblado
como un papiro de la mente. Sueño
que no es de Segismundo encarcelado
en una telaraña de espejismos;
sueño que no es orgasmo de quien muere
vivo por alcanzar el sueño eterno;
tampoco el sueño de la estatua muerta.

   Este sueño me brota con un rostro
en cada hoja; surge de mis huesos
como anillos de un árbol que me crece
por el cuerpo, invade los pulmones
y rompe las amarras de mi tronco.
Este sueño es la forma en que traduzco
el mensaje profundo de la sangre,
la memoria perfecta de mis genes.

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