José Steinsleger
Tegucigalpa, madrugada del lunes 21 de septiembre. Acompañado de cuatro personas, un hombrón de inconfundible figura, bigote y sombrero, toca el timbre del interfón en la embajada de Brasil.
–Buenos días. Soy Mel Zelaya, presidente constitucional de Honduras, servidor. Acabo de realizar un largo viaje por tierra y montañas esquivando soldados, policías y agentes migratorios. Estoy agotado. ¿Podría vuestra legación concederme hospedaje? (guión imaginado por el autor).
Washington (ídem, agencias Dpa, Reuters y Afp). Secretaria de Estado, Hillary Clinton: Ahora que el presidente Zelaya volvió, sería oportuno devolverle su puesto. Presidente de Costa Rica, Óscar Arias, clon mediador de Hillary: Pienso que ésta es la mejor oportunidad, el mejor momento, ahora que Zelaya volvió a su país.
Nueva York (ídem, agencias). Celso Amorim, canciller de Brasil, rechazó que su país haya interferido en el retorno de Zelaya. El brazo derecho del presidente Lula en política exterior relató que minutos antes de la llegada de Zelaya a la embajada, una diputada hondureña llamó para informar que el presidente estaba en las inmediaciones y pidieron autorización para ingresar en la legación.
La Habana, 24 de septiembre. “Está probado que el gobierno de Brasil no tuvo absolutamente nada que ver con la situación que allí se ha creado…” (Reflexiones, Fidel Castro.)
Washington, 28 de septiembre (agencias). El retorno de Zelaya, irresponsable e idiota, dijo Lewis Amselem, embajador del Departamento de Estado ante la OEA. Debe parar sus alegatos salvajes y no actuar como protagonista de filme de Woody Allen. Minutos después, el vocero de Hillary, Phillip Crowley, corrige: “… cada acción que realiza, hace el hoyo más profundo”. ¿Se refería a Zelaya? No: a Goriletti.
Hace más de 40 años, con cierto mecanicismo ingenuo (cosa que hoy puede constatarse mejor que entonces), Washington y no pocos pensadores de izquierda coincidían en que Brasil había sido designado como guardián de la política de Estados Unidos en América Latina. El sociólogo Ruy Mauro Marini, inclusive, dedicó un magnífico ensayo para explicar el subimperialismo brasileño (Subdesarrollo y revolución, Ed. Siglo XXI, 1969).
Por su lado, en el discurso del primero de mayo de 1973, Fidel decía que el llamado milagro brasileño no era más que “… el modelo de desarrollo capitalista basado en la penetración del capital monopolista y en la explotación más despiadada del pueblo”.
Recordemos, entonces, un par de frases de la época: Todo lo que es bueno para Estados Unidos lo es para Brasil (Juracy Magalhães, ministro de Defensa del general dictador Humberto Castelo Branco, 1964-67), y la de Richard Nixon, en el decenio siguiente: El resto del continente se deberá inclinar hacia donde Brasil se incline.
En julio de 1974, la Asociación Nacional de Veteranos de la Fuerza Expedicionaria Brasileña que actuaron en la Segunda Guerra Mundial, conmemoró en el Club Militar de Río de Janeiro su trigésimo aniversario. El general Vernon Walters (vicedirector de la CIA), invitado de honor, dijo: “Hace 30 años Brasil puso 30 mil vidas en las manos de Estados Unidos… Años más tarde Estados Unidos colocó 25 mil de sus jóvenes bajo el mando de Brasil en los acontecimientos de República Dominicana (nota: invasión yanqui de 1965). Esto es lo que podemos llamar amistad y confianza”. Walters agregó que en su país millones de personas veían con satisfacción el ascenso de esta nación como potencia mundial. Sin embargo, en la importante revista Manchette, el famoso editorialista Melo Filho matizaba las cosas: “La fatalidad histórica es que por determinismos geográficos, políticos, demográficos y económicos estamos nosotros, los brasileños, condenados a ser los líderes de América del Sur, como Estados Unidos lo es de América del Norte… No queremos ese liderazgo, no lo ambicionamos, no lo buscamos. Ni siquiera lo usurpamos. Está llegando naturalmente a nuestras manos en el seno de un proceso irreversible…” (edición especial de la desaparecida y proestadunidense revista Visión, 1/8/76).
Cuando en 1964 los militares derrocaron al popular presidente João Goulart (envenenado en 1976 por los esbirros de la Operación Cóndor), los integrantes de una delegación comercial de China popular en Brasil fueron detenidos y juzgados con acusaciones delirantes. Después, discretamente, se los liberó. Pero en el periodo del general Ernesto Geisel (1974-79), Brasilia expulsó a los representantes de Taiwán y recibió a los de China Popular.
Dijo Fidel en la reflexión apuntada: “La heroica lucha del pueblo hondureño, después de casi 90 días de incesante batallar, ha puesto en crisis al gobierno fascista y pro yanqui que reprime hombres y mujeres desarmados… Hemos visto surgir una nueva conciencia en el pueblo hondureño… Zelaya cumplió su promesa de regresar… Allí se engendra una Revolución”.
Tiene razón. Y con distintas estrategias, Estados Unidos y Brasil (que en su imaginario jamás dejó de pensarse como imperio) buscan conjurarla. Su intervención en Haití es un ejemplo demasiado cercano. Porque en América Latina, Brasil juega a favor de un solo ganador: Brasil.
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