El 9 de enero de 1937, León Trotsky llegó al puerto de Tampico, iniciándose así su ultimo exilio, en México. Los años siguientes fueron prolíficos, de una intensa actividad política y de elaboración teórica, transitando desde la denuncia de los Juicios de Moscú hasta las discusiones sobre América Latina y México, que constituyeron una enorme aportación al marxismo del siglo XX y XXI, y a la comprensión de la historia y la actualidad de los países de la región.
Latinoamérica y la actualización de la Teoría de la Revolución Permanente
En los textos compilados en el libro Escritos Latinoamericanos, publicado por el Centro de Estudios y Publicaciones León Trotsky, se puede rastrear una verdadera actualización y profundización de la teoría de la revolución permanente, formulada a partir del conocimiento de la realidad de la región. En primer lugar, la comprensión de la importancia que reviste, en América Latina, la cuestión agraria. Así también la independencia nacional respecto a la dominación imperialista, el otro motor de la movilización revolucionaria, potencial que se expresó en momentos de la expropiación petrolera, con las acciones masivas que Trotsky presenció.
Trotsky partía de la incapacidad de la burguesía nacional para conducir la lucha por estas dos tareas fundamentales. Y desde allí afirmaba:
… la clase obrera de México participa, y no puede sino participar, en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etcétera. De esta manera, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y que las relaciones agrarias estén organizadas. Entonces el gobierno obrero podría volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones [1].
En México esto requería, como condición imprescindible, la alianza entre la clase obrera y el campesinado. Ya en La Revolución Permanente, Trotsky se había referido a esto, generalizando que en los países de desarrollo capitalista atrasado “El problema agrario, y con él el problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional” [2].
Partiendo de esta idea fundamental es que Trotsky consideraba que la clase obrera mexicana debía ser capaz de ganarse al campesinado. Introducía la idea de la “competencia” entre la burguesía nacional y el proletariado, así como que el apoyo campesino a la burguesía era el factor fundamental para la emergencia de los regímenes bonapartistas:
…durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semibonapartista, semidemocrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas [3].
De esta forma, aún cuando existiesen medidas gubernamentales de enfrentamiento con el imperialismo –como las que se dieron en 1938 en México– era clave la independencia organizativa y programática, y por ende la construcción de una organización revolucionaria. Esto también lo había planteado Trotsky ante acontecimientos como la Revolución China de 1925/27, cuando afirmó “Sean las que fueren las primeras etapas episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria del proletariado con las masas campesinas sólo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista” (cabe aclarar que en este periodo Trotsky todavía consideraba que los partidos comunistas eran “reformables”) [4].
Esta independencia era fundamental para que la clase obrera “competiese” con la burguesía nacional, se convirtiese en clase dirigente de la revolución socialista y resolviese las aspiraciones de las amplias mayorías. El giro conservador de los últimos meses del cardenismo fue la demostración de que estas aspiraciones no podían ser resueltas por el nacionalismo burgués. Como planteaba Clave, aunque la revolución empiece impulsada por las tareas democráticas más elementales, “en su conjunto, terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución de continuidad en revolución socialista” [5]. Este era el camino para, en palabras de Trotsky, “completar la obra de Emiliano Zapata” [6].
NOTAS
[1] “Discusión sobre América Latina”, 4 de noviembre de 1938. Resumen estenográfico de una discusión entre Trotsky, Curtiss y otros militantes, publicado originalmente en Trotsky, León, Oeuvres, Tomo 19, 1985. Tomado de Trotsky, León, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP-Museo Casa León Trotsky, 2013, pp. 123-124.
[2] Trotsky, León, La teoría de la Revolución Permanente, Buenos Aires, CEIP Ediciones IPS, 2011, p.354.
[3] Ibídem, p. 124.
[4]Trotsky, León, La teoría de la Revolución Permanente, Buenos Aires, CEIP Ediciones IPS, 2011, p.354.
[5] Fernández, Octavio, “¿Qué ha sido y adonde va la revolución mexicana?”, en Trotsky, ob. cit., p.279.
[6] Trotsky, León, “Algunas notas previas sobre las bases generales para el segundo plan sexenal en México”, en Trotsky, Escritos Latinoamericanos, p. 145.